PUEBLOS Y CIUDADES ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

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PUEBLOS Y CIUDADES ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE

 


Es evidente que el aumento poblacional y el crecimiento del parque automotor obligó a modificar los conceptos de movilidad en el Ecuador, pues la ampliación de las vías y la construcción de los pasos laterales descongestionan las zonas pobladas, mejoran la seguridad de los moradores, permite que el desplazamiento de los vehículos a través de estas rutas sea más fácil y rápido.

Estas nuevas realidades crean problemas y retos diferentes a los actores; por un lado los viajeros que requieren de servicios y por el otro lado los pobladores que los ofertan.

Al cambiar las condiciones, también se afectan los flujos de personas y se altera la economía, entonces algunos pueblos y ciudades se debaten entre la vida y la muerte, porque disminuye de manera drástica los ingresos, cuando sus habituales visitantes ya no los necesitan.

Creo que algunas poblaciones tienen que reinventarse, encontrar en sus raíces los atributos culturales, espirituales, paisajísticos, productivos, de  comercio, gastronómicos, de entretenimiento y diversión o de cualquier otra índole, para hacer que vuelvan las personas a visitarlos, que lo hagan con frecuencia y por ende puedan reactivar su economía, porque encontraron o definieron un perfil como pueblo, como lo hicieron aquellos que son menos vulnerables a las crisis.

El viajero es una persona que requiere un servicio como a él le gusta, por lo tanto se requiere una atención inteligente, oportuna, libre de prejuicios, con respeto, tolerancia y apertura mental. A las personas que viajan les gusta observar, se fascinan, si lo que se les oferta los sorprende, les responde a sus necesidades, les permite disfrutar y sobre todo los respeta, entonces el viajero obtiene el placer de viajar y visitar, sobre todo cuando encuentra nuevas formas de ver las cosas.

Una condición “sine qua non”, es presentarnos de manera impecable, en el aseo de urbe, en la señalización de las vías, en la conectividad, en los servicios, alimenticios, de hospedaje, bancarios, sobre todo en una actitud honesta, abierta y generosa para recibir a las personas que al visitarnos están garantizando nuestro futuro como familias y como pueblo.


No podemos renunciar al futuro sin poner sobre el tapete una propuesta que está en nuestras manos, caso contrario estamos condenados una muerte lenta, dolorosa donde el primer paso es mendigar soluciones en formas de canasta que solucionan el hambre de un día, pero no solucionan el problema de la ciudad en el largo plazo.

Jorge Mora Varela