EL PARTE MORTUORIO Y LOS RITOS DE LA MUERTE EN TULCÁN

Jorge Mora Varela, presenta:

Una página del realismo mágico de la Provincia del Carchi

 


EL PARTE MORTUORIO Y LOS RITOS DE LA MUERTE EN TULCÁN

 

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Mamá despertaba y como parte de su diaria rutina se levantaba después de escuchar los partes mortuorios que  desde muy temprano anunciaba la radio Ondas Carchenses a la ciudad.                      

Teniendo como preámbulo una música lúgubre, la voz clara y profunda el locutor Don Fausto Almeida informaba:

Parte mortuorio

Descansó en la paz del  señor el que en vida fue  don Luis Eduardo Burbano Rosero,  su esposa, hijos y demás familiares  comunican el sensible fallecimiento  acaecido en la ciudad de Tulcán a los 26 días del mes de diciembre del año en curso.

Invitan a la velación de sus restos mortales  en la sala  de la  Cooperativa, luego a la misa que se oficiará en la Iglesia de la Dolorosa el día miércoles a las 4 de la tarde y  al traslado al cementerio municipal.

Paz en su tumba

Ha muerto el esposo de una amiga de la infancia dijo mi madre. Levántate rápido hijo tenemos que ir a su casa, su voz quebrada por el dolor producía en mí una terrible sensación de angustia.

Yo apenas empezaba a vestirme y  mamá  ya  estaba lista, su luto riguroso se complementaba  con un precioso pañolón que cubría su cabeza dejando apenas visibles sus almendrados ojos.

La prisa en su andar demostraba cuan preocupada estaba, atravesamos las calles que separaban  su casa de la nuestra y entramos, un grupo de personas a los que  reconocí de inmediato formaba un semicírculo alrededor de la viuda, ella vestía de negro, llevaba su largo cabello atado a la nuca  y en sus brazos sostenía  al más pequeño de sus hijos,  alzó la cabeza   para ver a mi madre  y en su mirada  noté cierta consternación como si todavía no asimilara el impacto de la muerte de su compañero.

 

El velorio

La sala de velación se encontraba en  la planta alta de un  viejo edificio de la calle Sucre, su aspecto desgastado  aumentaba mi temor como presagio de lo que  al entrar encontraría.

Al subir por las  gastadas gradas de madera se  escuchaban crujidos que semejantes a  gemidos lastimeros hacían más difícil el momento.

En el fondo de la enorme sala  el féretro colocado sobre  apoyos dorados se centraba delante de una blanca pared que servía de fondo al fantasmal  escenario. Cirios  de luz mortecina que colocados a los lados del ataúd iluminaban la muerte, la disolución del ser. Sobre la caja mortuoria un ramo de rosas carmesí hablaba del amor, de las cosas vividas y las promesas interrumpidas.

Las  negras siluetas  ocupaban todos los asientos de la sala, sonidos de un cuchicheo apagado inundaban la atmósfera.

  • Es la misteriosa voluntad de Dios.
  • Resignación,
  • El Señor como da  el dolor, da el consuelo,
  • Él lo ha llamado a su presencia
  • Mhhhh…

Frases que en ese momento resultaban inútiles. Yo quería que la dejen sola, para que la mujer pueda llorar a su esposo en paz.

Mientras mi pensamiento divagaba, una voz  femenina  empezaba el rosario.

  • En el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo aaaameeeenn….
  • Padre nuestro…….
  • Dios te salve María….
  • Gloria al padre….
  • Santa María. Ora pro nobis.
  • Madre divina gracia. Ora pro nobis.
  • Madre purísima.  Ora pro nobis.
  • Estrella matutina. Ora pro nobis….

Al terminar la letanía, una procesión de abrazos y lágrimas  se mezclaban  formando una dicotomía de dolor y consuelo que actuaba como bálsamo en el pesar  de los deudos.

El frío de la noche ponía a prueba la amistad y  solidaridad de los acompañantes que miraban su reloj esperando que las horas hayan reducido de sesenta a treinta sus minutos para que el cielo pinte de nuevo sus colores  anunciando el inicio de otro día.

Fue en este lapso de espera que el olor dulce e intenso de la canela despertaba  a todos los que se habían quedado dormidos, el aguardiente  acentuaba su sabor  y con las  galletas formaban esa trilogía que apaciguaba  la noche.

  • Sírvase unita para el frio, decían
  • Gracias… un tabaquito también, pero présteme el suyo para prender el mío.

Había amanecido y se acercaba la hora de trasladar el féretro a la iglesia y había que preparar el cortejo, primero iban los estudiantes portando en sus manos las flores, luego los amigos que  cargaban sobre sus hombros el ataúd, seguido por la viuda doliente y sus allegados y tras de ellos una gran cantidad de amigos, que colmaban las calles en un par de cuadras.

 

La misa

La iglesia recibía al difunto engalanada de flores, jarrones y floreros dispuestos tan maravillosamente que pensé que ojalá el difunto las pudiera contemplar.

La melodía  fúnebre que emanaba del órgano  marcaba el compás del cortejo que avanzaba hacia el altar, como si un ensayo previo hubiera determinado que puesto ocupar; entraban primero las flores, rosas rojas, blancas, amarillas, nardos, crisantemos, pompones, convertidos en  coronas, corazones y  ramos, enseguida el ataúd cargado por los amigos, que durante el trayecto se habían  alternado. El sollozo quedo   anunciaba la presencia de los deudos que abriéndose paso llegaban a ocupar los primeros asientos  Cuando todos se habían ubicado en las bancas de la iglesia, el sacerdote daba inicio a la misa de cuerpo presente.

En su sermón resaltaba las características del difunto con pinceladas  de color e imaginación.

  •  “Era un gran cristiano, excelente padre, amigo, esposo amoroso……..

Entonces sus allegados asentían con la cabeza a las afirmaciones del padre y sus amigos se miraban con una cómplice sonrisa llena de picardía.

El rito terminaba y los sollozos aumentaban………..

  • “Líbralo Señor de las llamas del infierno”
  •  “Descanse en paaaz”
  •  “Aamennn”

Cuando la ceremonia  parecía haber terminado, al adiós lo envolvía una triste melodía.

 

Hacia ti morada Santa,

hacia ti tierra del Salvador,

peregrinos caminantes,

vamos hacia ti….

 

El cementerio

El cortejo ingresaba al campo santo, parsimonioso y doliente, por un momento sentí que como mi nos miraban entonces una sensación perturbadora recorría a la multitud que acompañaba el cadaver, eran las sombras del alma de los cipreses que despojándose de sus cuerpos señalaban el sitio de la última morada, apreté con fuerza la mano de mi madre mientras un gélido viento posaba sus labios en mis manos y en mi rostro.

El momento del adiós se podía sentir a flor de piel y traspasaba hasta los huesos, cuando nos habíamos congregado frente al nicho se podían sentir las últimas palabras atravesadas por un nudo en la garganta y un par de lágrimas que luchaban por no caer, mientras el féretro se iba deslizando hacia la perpetuidad, en ese instante comprendí que no pertenecemos a ningún otro lugar, que nuestra alma estará en paz solo en el espacio donde moran los dioses de las tierras altas de los andes, encarnados como esculturas en verde.

Mientras, en las terrazas de los bloques de nichos colindantes se asomaban curiosos cientos de miradas de las almas que aún no pueden encontrar el rumbo al infinito y esperan la llegada de otro cuerpo inerte con la intención de encontrar el camino que les permita alcanzar la paz y el descanso eterno.

Cuando terminó la ceremonia, todas las figuras de ciprés cerraron los ojos, entonces una suave brisa provocó un escalofrío y el cielo dejó escapar a la lluvia que caía con mansedumbre, para alejar a la muchedumbre que se marchaba apesadumbrada, despacio y en silencio, mientras el agua lavaba las lágrimas de los deudos y dejaba el camino dispuesto para que el alma del difunto emprenda su viaje a la eternidad.

 

FIN