EL TITINO Y LA FORTALEZA DEL GUERRERO

El 19 de abril de 1969 un grupo de cadetes del Colegio Militar Eloy Alfaro, desarrollaban un entrenamiento de defensa y ataque, entonces una granada de mano explotó y el cadete tulcaneño Víctor Oswaldo Guerrero Yépez, quedó estupefacto al mirar que sus manos habían desaparecido, en medio de la polvareda y el fuerte olor a pólvora.

 

EL “TITINO” Y LA FORTALEZA DEL GUERRERO

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Prólogo

En medio de la solemnidad y del motivo de la reunión, me llamó la atención un hombre entrecano, delgado, jovial, que saludaba y conversaba de la manera más natural posible y lo hacía con todos, sin embargo había un detalle que no pasaba desapercibido para mí, no tenía sus manos, no obstante, su conducta era absolutamente normal, que por ello llamó tanto mi atención.

 

Le pregunté a mi esposa,

-          ¿Quién es el señor al cual todos parecen conocer?

-          Se llama Víctor Oswaldo Guerrero, me respondió ella.

-          Su nombre no me decía nada

-          Es el “Titino”, respondió uno de los asistentes y acentuó, “todos lo conocen y lo aprecian”.

 

Los inicios

El hogar tulcaneño de Doña Honoria Yépez y Don Manuel Guerrero, tuvo cinco hijos, uno de ellos Víctor Oswaldo, se educó en la Escuela Colón y el Colegio Bolívar, hasta que por insinuación de un amigo suyo ingresó al Colegio Militar Eloy Alfaro, en el año de 1965, alcanzó desde los primeros años la Primera o Segunda Antigüedad, lo que auguraba un futuro brillante en la Fuerza Militar Ecuatoriana.

 

El incidente

Hasta que el 19 de abril de 1969 un grupo de cadetes del Colegio Militar Eloy Alfaro, se encontraban desarrollando un entrenamiento de defensa y ataque, entonces una granada de mano, explotó de improviso y el cadete tulcaneño Víctor Oswaldo Guerrero Yépez, quedó estupefacto al mirar que sus manos habían desaparecido, en medio de la polvareda y el fuerte olor a pólvora.

De improviso su futuro en la carrera militar se esfumó en una fracción de segundo, no obstante le fue entregado el grado de Subteniente en la ceremonia del 24 de mayo de 1970, pero la suerte estaba echada, debía abandonar la formación castrense.

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Una nueva forma de vida

Realizó la rehabilitación en la Ciudad de México, donde le fue adaptado un gancho que supliría de alguna forma su mano que lo acompaño por 45 años y con el cual llegó a firmar con la misma letra como cuando tenía su mano derecha.

Ahora había que decidir si vivir como un discapacitado, con limitaciones físicas e infeliz o sacar a relucir las bondades de su pueblo expresadas en su apellido paterno “Guerrero”, característica fundamental del ser “carchense” y sentirse igual al resto de personas y esa fue su decisión, ser y actuar como una persona normal, claro que había que luchar y ganarse un espacio.

“El problema no es ser diferente, el problema es que te traten diferente”

Con la pensión que percibía por su retiro prematuro, se radicó en la Ciudad de Tulcán, donde intentaba hacer su vida, con su esposa y sus tres hijos. Había dentro de Víctor el deseo de participar el quehacer normal del pueblo, por ello quiso participar en el equipo de futbol del “Oriental”. Al inicio fue suplente, porque temían que se haga daño y lo pudiesen lastimar, no lo tomaban en cuenta, hasta que uno de los jugadores titulares se lesionó y él era el único suplente, así que entró a la cancha, para demostrar talento futbolístico, capacidad de lucha y juego de conjunto, por ello se ganó la titularidad en el equipo y llegó a ser parte de la selección de futbol del Carchi en el año 1972.

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La Psicología y el trabajo con los más vulnerables

Las características del hombre, su manera de ser, su jovialidad, su habilidad deportiva, lo popularizaron de tal manera que había que tomarse un trago con él y la vida social, ligada al vóley, a los amigos y sus consecuencias, no siempre saludables para la vida personal y familiar, llevaron a que por pedido de su esposa, decidan radicarse en la Ciudad de Quito y se inscriba en la carrera de Psicología de la Universidad Central, donde obtuvo el título de profesional de la psicología con notables calificaciones.

En el horizonte dorado de la vida sostiene Víctor, “la vida no es como uno quiere, sino como es” y las viscisitudes propias del tiempo lo puso al frente de grupos vulnerables y lo afrontó como sabemos hacerlo los carchenses, con honestidad, responsabilidad, pasión, con decisión inclaudicable.

Las amistades y el afecto que nació en la carrera militar le ayudaron a ingresar como profesor y luego Director en el Instituto Nacional de Ciegos, hasta dejar el puesto por una huelga de los no videntes cuando el estado ecuatoriano les redujo el presupuesto de operación.

Fue rector del Centro de Diagnóstico Sicológico por el lapso de una década, donde realizó un trabajo significativo con niños problema o con problemas de aprendizaje, hasta que tuvo la oportunidad de crear la “Escuela para Niños con Parálisis Cerebral” en el Sur de la Ciudad de Quito con un grupo de maravillosos profesores como lo dice Víctor, “de hacha y machete”, para tener un espacio de ocho aulas y un comedor impecable, limpio, pulcro, en una institución sin conserjes, gracias al trabajo místico y determinado de su Director, su cuerpo docente y padres de familia, decididos a ofrecer el mejor espacio para sus niños.

Este modelo de trabajo, llevó a recibir el apoyo en el año 2000 de la Embajada del Japón, un aporte de 83.000 dólares americanos y de la universidad de Cambridge en Barcelona con el premio de 25.000 euros, para la construcción del huerto, los talleres y el ascensor.

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Luego de 45 años de trabajo al servicio de los más vulnerables de la sociedad, Víctor Oswaldo Guerrero Yépez, se acogió a la jubilación, dejó el gancho de su mano derecha que lo acompañó por 45 años y hoy camina optimista, para vivir de manera plena los años del otoño, como los hombres del Carchi sabemos hacerlo, con decisión, alegría y con la mirada puesta en el mundo que está por construirse.

 

Jorge Mora Varela