LA MUERTE TENDRÁ QUE ESPERAR

El realismo mágico ecuatoriano, desde el “Mundo de Simón”, presenta:

 

LA MUERTE TENDRÁ QUE ESPERAR

 2realismo mágico simón y la muerte-01

Levantarse en la madrugada del día sábado cuando el sol rayaba por la cima de la montaña, era parte de nuestra costumbre para ir a correr por los caminos que adornaban el paisaje cerca de nuestra casa.

El verano se tardó en llegar ese año y en las mañanas aún se sentía un frío gélido, por ello me tomaba unos minutos para calentar los músculos y Simón, también estiraba su cuerpo, para terminar con una sacudida de todo su peludo cuerpo, para fijar su mirada en mí, mover su cola como hélice y mover su cabeza hacia la puerta de salida a la calle.

Salíamos de casa, sin tener un rumbo fijo, esta vez tomamos el camino de piedra en medio del bosque de eucaliptos, que en las primeras horas de la mañana, tenía un aroma delicioso.

El tiempo seco, ya dejaba ver sus huellas, porque junto a la mina abandonada, era posible distinguir el atajo por el que se podía ir a un punto alto desde donde se disfrutaba del paisaje del sector en todo su esplendor y que en el invierno había desaparecido.

El deslave

Tomamos por un chaquiñán sinuoso, estrecho y empinado, que se veía seco y como era habitual, Simón iba adelante y me regresaba a ver cada vez que sorteaba un obstáculo dificil y peligroso. De pronto nos encontramos con un espacio donde en el invierno había sucedido un derrumbe que había desaparecido los árboles del lugar, pero que aún era visible el camino.

Simón me miró, yo creí que era posible pasar sin contratiempos y le dije “dale”, entonces mi amigo con unos pasos ágiles y rápidos, atravesó el sector, yo inicié la travesía por el peligroso espacio, mientras yo intentaba asegurar cada paso al tiempo que me sostenía de las ramas del terreno, de pronto sentí como a mis espaldas, se deslizaba la tierra, de manera que debí correr por la ladera para intentar llegar al terreno firme, di un salto con mi mayor esfuerzo y lo logré, al tiempo se vino un deslave de tierra por el sitio por donde acabábamos de cruzar, en medio de un crujir de ramas y una estela de polvo que inundó aquel paraje.

El susto que acabábamos de sufrir nos dejó paralizados, Simón permanecía parado con la cola entre sus patas y yo no podía articular palabra. Ahora debíamos encontrar la manera de regresar, por lo tanto llegamos al mirador, pero el crudo invierno había destrozado los caminos y no había un plan alternativo para regresar a casa.

El encuentro con la muerte

Nos detuvimos al filo de aquella terraza natural, para encontrar una ruta de salida; sin embargo algo había de extraño en el ambiente, en aquel momento no era posible escuchar ningún sonido, el silencio era absoluto y soplaba un viento frío, penetrante.

Desde aquel punto se podía ver las torres de la iglesia del pueblo que se dibujaba en la montaña del frente, la mina abandonada, la vieja casa de máquinas de la pequeña central hidroeléctrica y el río.

Entonces se erizó mi piel, cuando descubrimos que en medio del cauce de agua estaba de pies la enorme figura de un hombre vestido de negro que permanecía inmóvil, con su mirada puesta sobre nosotros; yo no podía articular palabra, pues sentía un nudo en mi garganta que me impedía incluso respirar con naturalidad.

Cuando pude quitar la mirada de aquella siniestra figura, buscando una salida a aquella situación aterradora, seguí la mirada por el río, donde comenzaron a materializarse otras figuras humanas más pequeñas, que también permanecían quietas en medio del rio.

Yo permanecía estupefacto y ya sentía los efectos del pánico, ante tal situación extraña, entonces sentí como Simón que permanecía erizado, empezó a ladrarle con insistencia a la más grande de las figuras humanas, el perro solo detenía su ladrido para regresarme a ver y seguía con su aullido. Entendí que yo también debía hacer ruido y gritar, así lo hice, grité con todas mis fuerzas al unísono con mi compañero y sus gruñidos.

De pronto aquella aterradora figura humana se desintegró convirtiéndose en una bandada de gallinazos que se alejaron del río en todas las direcciones, al tiempo que se desvanecían los otros seres extraños, en ese instante volvieron los sonidos naturales del lugar y sentí el calor del sol sobre mi rostro.

La muerte tendrá que esperar

Mi compañero se tranquilizó y con su cola inquieta, me pidió que lo siguiera, entonces volvimos por el mismo camino, al llegar al sitio del deslave, Simón, lo cruzó con cautela y sus huellas me indicaban los lugares por donde yo debía pisar, así lo hice y no tuve ninguna dificultad, para atravesar el sitio que unos minutos antes se había convertido en una pesadilla.

Volvimos a casa de prisa y prometimos mantener en secreto aquella aventura que nos había puesto cara a cara con la muerte, a la que le dijimos que esta vez tendría que esperar porque nosotros viviríamos muchísimas aventuras por los maravillosos senderos que nos llevaban a nuestro hogar.

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FIN

Jorge Mora Varela