HUMBERTO Y LA BIBLIOTECA DE TULCÁN

Jorge Mora Varela, presenta:

 

HUMBERTO Y LA BIBLIOTECA DE TULCÁN

Preámbulo

El hombre permanecía de pie y en silencio, como si fuese una esfinge erguida, con la cabeza levantada, en una esquina del parque principal de la ciudad de Tulcán, vestía un abrigo elegante e impecable de color negro, largo, que cubría todo su cuerpo, que apenas permitía mirar su rostro adusto, su gesto mostraba un rictus de dolor e impotencia, masculló una maldición entre dientes mientras pronunciaba algunas palabras, entonces dio media vuelta y se alejó, para nunca más volver.

La biblioteca de la infancia

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Las clases de la escuela terminaban a las cuatro de la tarde, entonces los niños salían de prisa de la escuela y corrían a sus casas, cargaban el carriel donde descansaban luego de un día de trabajo en la escuela los cuadernos, los lápices, los esferos, el borrador, el Escolar Ecuatoriano. Al llegar a casa, se dejaban de prisa los útiles escolares sobre la mesa, casi listos para hacer los deberes.

Entonces la mamá, les decía a los niños, vengan a tomar el café, para que se pongan a jugar un rato, antes de hacer los deberes. El mayor de los muchachos dijo:

- Pero mamá, mañana es sábado y queremos ir a jugar al parque y luego vamos a ir a la biblioteca, porque la señorita Aida nos prometió prestarnos los libros de cuentos que de las mil y una noches, a mí el de los Tres Mosqueteros, a mí el de Robín Hood y a mi hermana, unos tomos de La Enciclopedia, lo dijeron al unísono y a la perfección, como lo hubiesen repasado.

Está bien dijo la mujer, primero se lavan las manos y la cara y se peinan, para que vayan a la biblioteca.

Como si la vida fuese un lugar ligero como el viento, que se movía de prisa entre las calles de la ciudad, los niños iban de prisa al parque principal, a corretear un rato, sentarse junto al monumento de la mujer con antorcha, luego jugar en los resbalosos, junto a las gradas.

Mientras el cielo se iba tiñendo de colores, el parque principal de la ciudad se preparaba para la retreta con la Banda de la Policía Nacional, a la cual asistían las personas mayores vestidas para la ocasión, con sus abrigos y sus pañolones, de colores serios y elegantes, ese era el momento, cuando los niños miraban al edificio de la Biblioteca Municipal, que extendía sus amplias gradas en forma de caracol, para invitar a los jóvenes y los niños para disfrutar de fascinantes momentos de lectura entre un mar de libros dispuestos de manera ordenada.

Había que entrar por la esquina de la calle Olmedo y 10 de Agosto, subir las gradas de prisa y detenerse, recomponer la figura y entrar en silencio, con pasos lentos y saludar a la señorita bibliotecaria que atendía el lugar, buscar el libro que querían, elegir un sitio para leer y pasar unas horas fascinantes.

La atención al público siempre fue encargada a un selecto grupo de mujeres de la ciudad de Tulcán, personas gentiles, amables, distinguidas, elegantes, cultísimas, como las señoritas Del Hierro, Martínez Acosta, Almeida, o Peñafiel, entre tantas.

Este insigne lugar emblemático de la ciudad estaba ubicado en la parte más importante de la ciudad, frente al parque principal, entre el poder político y el centro de educación más importante de la localidad en el eje comercial del puerto fronterizo.

La biblioteca, ícono de la ciudad

La biblioteca presidía a la ciudad y la significaba, porque era la guardiana de la cultura, del conocimiento, entre sus libros se desarrollaba la imaginación de hombres y mujeres, jóvenes y niños que acudían a sus instalaciones para conocer el mundo y sus tesoros, lugares, personajes, entre ciencia, historia, filosofía y literatura, con algunos libros que  testimoniaban las huellas del positivismo, el iluminismo y L'Encyclopédie, que llegaron desde París como resultado de la Revolución Francesa de la mano del General Eloy Alfaro y la contribución de intelectuales de la talla de Don Rosendo Mora, el primer Rector del Colegio “Bolívar” y que tuvo en su formación académica universitaria la influencia de las nuevas corrientes del pensamiento europeo, antes de prestar su contingente intelectual en la Provincia del Carchi, que se plasmaban entre los libros que eran el patrimonio intelectual de la Ciudad de Tulcán, que contribuía con sus jóvenes de manera preponderante  y significativa en los centros de educación superior del Ecuador y del mundo, entonces entre los tomos, volúmenes, tratados y mapas se congregaba toda la comunidad que disfrutaba del placer de la lectura, al tiempo que transformaban a la ciudad una fuente potente de cultura y de saber.

Entre el medioevo y la modernidad

La ciudad de Tulcán, no fue ajena a los signos de los tiempos, luego de la finalización de la segunda guerra mundial, en las décadas de los 50’ y 60’ del siglo XX, arribaron los nuevos íconos de la globalización y la modernidad que tenían que convivir entre algunos rezagos del medioevo que se negaban a morir.

En el mundo occidental, el poder político del mundo se inclinaba a todas luces hacia la izquierda, sin embargo la ciudad, fiel a su tradición, mantenía al partido Conservador en el poder gubernativo y un buen porcentaje de sus dirigentes que pertenecían a las familias con capacidad económica suficiente, pudieron conocer ciudades y países desarrollados. Entonces sabían de rascacielos, de modernismo, de nuevos movimientos culturales, del “cubismo” decidieron darle a la ciudad de Tulcán un aire de modernidad y para ello tenían que desaparecer los rastros del urbanismo que había nacido con la república en la ciudad a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, construcciones que para los nuevos dirigentes políticos, les parecía viejas, decadentes y anticuadas.

Aprovecharon que una de las paredes se vino al suelo, entonces en una sesión del Consejo Municipal decidieron apoyar los proyectos de modernización de la ciudad y decidieron derrocar todas las edificaciones de la cuadra donde se asentaba el municipio, la cárcel que iría al norte de la ciudad, junto con a las nuevas instalaciones del Colegio “Bolívar” y la biblioteca municipal y  en su lugar se construiría el Nuevo “Palacio Municipal”, un edificio alto, funcional, moderno, con ascensores, como el nuevo ícono de la ciudad.

El poder eclesial, que permanecía junto al poder político, también decidió construir el nuevo “Palacio Arzobispal”, además se permitió sugerir que debía también desaparecerse algunos libros de la biblioteca municipal que atentaban contra la moral, las buenas costumbres, que podían pervertir la mente de los jóvenes y que abriría paso a ideas comunistas, que incitaban al ateísmo a la juventud y que además estaban prohibidos por la Santa Iglesia. Por lo tanto los libros proscritos debían botárselos en la Peña Blanca junto con los escombros de las viejas construcciones.

Así se procedió, apenas desocuparon las instalaciones, comenzaron derrocar las edificaciones que habían recibido la sentencia de muerte y que debían desaparecer. De a poco fueron cayendo las estructuras, para ser recogidas por las máquinas que las cargaban en las volquetas que partían a la Peña Blanca, donde desaparecían los vestigios de la Ciudad de Tulcán con aire republicano.

Humberto

  • Malditos, ignorantes, no pueden llevarse los libros…
  • Deténganse, desgraciados, los textos no deber llevárselos…
  • Alto */(/()(&$$#%/*, es una infamia lo que están haciendo…

Gritaba desesperado el joven, mientras corría tras de las volquetas y rescataba unos pocos libros condenados a desaparecer y tener una muerte indigna en medio de los escombros en el botadero de basura de la ciudad, ante la indiferencia de la gente, que lo señalaba como un infeliz que se oponía al desarrollo de la nueva ciudad que estaba por venir.

El esfuerzo del muchacho fue inútil, no pudo detener este atentado contra la cultura, solo pudo rescatar unos cuantos ejemplares que los tenía escondidos, para que nadie se los pudiese arrebatar. Por ello un día se marchó de su ciudad, solo portaba las pocas pertenencias que tenía y una caja de cartón, con los libros que había podido rescatar en aquel infausto día.

La modernidad

Al final se construyeron un par de edificios insípidos, simples, en forma de cubo, donde, funciona un sinfín de oficinas, entre tantas la nueva biblioteca municipal entre la burocracia administrativa. Sin embargo en el espacio que se había derrocado, quedó un enorme espacio vacío, donde se permitió el funcionamiento de un parqueadero público, donde aún pueden estacionar los vehículos del comercio fronterizo, en pleno centro de la ciudad, que en otras urbes, le pertenece al patrimonio cultural de cada pueblo que lo significa y lo define y que la Ciudad de Tulcán lo dejó perder de manera insensata y torpe.

Epílogo

Llegó el siglo XXI y Humberto, cargado de años y en ocaso de su vida decidió volver a su pueblo, permanecía de pie y en silencio, como si fuese una esfinge erguida, con la cabeza levantada, en una esquina del parque principal de la ciudad de, vestía un abrigo elegante e impecable de color negro, largo que cubría todo su cuerpo, que apenas permitía mirar su rostro adusto, su gesto mostraba un rictus de dolor e impotencia, en voz baja expresó una maldición y sentenció; ”MIENTRAS NO LE DEVUELVAN A TULCÁN SU BIBLIOTECA DE CARA AL PARQUE, LA LUZ NO ENTRARÁ EN LA MENTE DE SUS NIÑOS Y SUS JÓVENES Y  EL PUEBLO JAMÁS PODRÁ SALIR DEL ATRASO Y DE LA POBREZA”, entonces dio media vuelta y se alejó, para nunca más volver.

 

FIN

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