La Señora Muerte

Cuentos Visto: 1965

La Señora Muerte.

Hace muchos, muchísimos años, vivía un hombre que deseaba co­nocer personalmente a la Muerte. El propósito de semejante inten­ción era expresar su agradecimiento, por­que consideraba que era la única persona -si así se puede llamar- que vivía sobre la faz de la tierra, que es de una equidad tan admirable que no reconoce ni a ricos ni a pobres, ni a blancos o negros, peor a niños y viejos. Cuando es la hora, no hay quien pueda replicar.

Negros de La Concepción llevan un muerto en chacana

Este singular personaje pidió a su mujer que le alistara algo de comer para el viaje. El pedido consistió en una galli­na asada, con aliños olorosos. Fue así como una mañana emprendió su pere­grinación para conocer a la Señora Muerte, como dio en llamarla. Iba en un brioso caballo y aunque anduvo mu­chas leguas nunca se encontró con la Señora Muerte. Más una tarde de niebla, en la encrucijada de un sendero divisó un caballo y un jinete que llevaba una guadaña, envuelto en una enorme capa negra. Era la Señora Muerte.

Sin temor el hombre le entregó la ga­llina aderezada y le manifestó el propó­sito de su búsqueda: La igualdad que tan única Dama, tiene en el trato con los humanos. Mientras la Señora Muerte co­mía las presas de gallina -hay que decir­lo- se filtraban los huesos por su blan­quecino esqueleto.

Como señal de aprecio la Señora Muerte llevó al hombre que la buscaba hasta un sitio espectral que era su gua­rida. En esta cueva inmensa, se encon­traban de velas encendidas, pero de di­ferentes tamaños. La Señora Muerte le explicó que las más grandes represen­tan a los niños que recién han nacido. Las de tamaño mediano, representaban a las personas que habían vivido igual término. Existían además unas velas ca­si extinguidas que eran de los que se acercaban al final de sus días. En este sitio le mostró la cera que representaba su propia existencia.

La Señora Muerte, en grati­tud con este hombre que había entendido su labor, le proporcionó un don: podía curar a los enfermos, pero únicamente a aquellos que aún tenían encendida su vela.

Cuando te llamen a curar a un enfer­mo, aceptas. Tomas un ladrillo, lo mue­les, pones en agua este polvo y das de beber al paciente, con esto se alivia de cualquier mal. Sin embargo, la muerte le advirtió que sería él el único en mirarla.

-Cuando yo esté en la cabecera, el paciente se aliviará, pero cuando tú me veas en los pies, lamentablemente, el enfermo morirá y tú tendrás que decirlo porque su hora ha llegado. Su vida, junto con la cera, se ha terminado.

Con el tiempo, este hombre amigo de la Señora Muerte, se convirtió en un galeno famoso, que era solicitado en lugares importantes, pero también en los más humildes, siguiendo la línea de no distinguir entre los ricos o pobres.

Su mujer sabía su secreto y llegaron a tener riquezas, que supieron administrar adecuadamente. Pero a él también tenía que llegarle la muerte. Por eso ideó un plan para burlar a su benefactora. Se cortó los cabellos hasta quedar completamente calvo y se escondió de­trás de la puerta, porque ya presentía la inminente llegada de la Parca, porque él podía descifrar el aciago día.

La Señora Muerte golpea la puerta. Salió la mujer algo sorprendida para preguntar a quién buscaba. La Señora Muerte le dijo que, al marido, y la esposa respondió que no estaba, que había sa­lido y no sabía cuándo regresaría.

Bueno, dijo la astuta Señora Muerte, como a quien busco no está, "aunque sea a este peladito me he de llevar", con lo que sacó a su antiguo amigo, que se encontraba agazapado detrás de la puerta.

En ese instante, una vela a la distan­cia dejó de alumbrar.

Colorín, colorado, este cuento ha ter­minado.

 

 

Tomado del Libro “MEMORIAS DE MIRA”
Autor: Rosa Cecilia Ramírez Muñoz