Una historia que nació entre las aulas y talleres del entrañable "Vicente Fierro" de la Ciudad de Tulcán.
LAS VARILLAS PERFECTAS AUN DEBEN PERMANECER OCULTAS
Era la primera vez en la vida de la familia, en que nos íbamos a cambiar de casa, ya éramos adultos y nuestros padres habían envejecido, el estudio, el trabajo y el crecimiento de la ciudad, nos daban la oportunidad de vivir de acuerdo a los estándares de la modernidad, así que debíamos elegir las pocas cosas que deberíamos llevar al nuevo hogar y la inmensa cantidad de cachivaches que deberíamos abandonar.
Así que pasamos unas cuantas semanas, seleccionando y eligiendo con cuales cosas deberíamos iniciar nuestra nueva vida.
La tarea que en principio nos parecía tediosa y rutinaria fue más interesante de lo que nos había parecido. De alguna manera podíamos tocar con nuestras manos la historia de nuestras vidas, de nuestras familias, de nuestra infancia y juventud y esto lo hacía difícil prescindir de los objetos que parecían eran parte de nuestra piel.
De pronto en una de las viejas repisas apareció un pequeño paquete de tela, atado con pulcritud, lo tome y lo desaté con cuidado y entonces apareció ante mis ojos un par de objetos metales brillantes, un par de “varillas huaqueras”, la una con una cruz y un aro abierto y la otra con la cruz y el aro cerrado en la cúspide, parecían un par de joyas platinadas, hermosas, perfectas, al engancharlas entre sus aros, podía sentir la fuerza magnética que corría entre mis manos.
Desenganché las dos varillas y al tomar la tela, para colocarlas en su lugar, me percaté de un par de detalles, importantísimos, trascendentes y contradictorios, que me dejó pensando por mucho tiempo, busqué alguna información que me pudiese orientar y al final tomé una decisión, de la cual espero no arrepentirme nunca.
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