Carta a la Madre Ausente

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Carta A La Madre Ausente  

 

La siempreviva jamás muere,

florece lentamente en nuestros

corazones...

 Hoy he abierto tu carta

veinte de noviembre,

y un aroma de infancia

vuelve a mi memoria.

Reconocí tus letras

menudas golondrinas,

y recordé las notas

que pusiste en mis libros,

mis cuadernos de escuela,

listas, catecismos.

¡Que lejos van quedando

en la vida las cosas!

primeros afectos, primeros encantos,

y aquellos hermanos que quisimos tanto.

Tu carta está fechada en un país lejano

y lo primero que salta es el ave de un beso

que se posa en la roca triste de mi frente

e inquieta las bandadas rojas de mi sangre.

Madre.

¿Sientes frío?

presiento que tiemblan tus manos de nardo

cuando me escribes:

“Hijo cuanto te extrañado”

y un rocío de llanto ha manchado tu carta.

Me recuerdas que tu invierno

no es como nuestro invierno

y que extrañas las casitas

de tu aldea blanca,

y preguntas por tus rosas y tus astromelias

que se quedaron solas

en un rincón del patio.

Hoy recuerdo tu paso ligerito y menudo

volviendo del mercado

con manzanas y besos,

no sé por qué Madre siempre te pareciste

a un árbol de duraznos

junto a una fuente de agua.

No sufras por la vida,

ni por mi Padre muerto,

ni por tus nueve hijos,

no llores, son caminos,

nosotros caminantes, la vida es un latido,

un río de azucenas cruzando está tu frente.

Ya no te desveles mirando a la ventana,

y abrígate las manos que trazan bendiciones

aléjate del frío que dejan las nostalgias,

por las cosas queridas y

las canciones viejas.

¿Preguntas por mi vida?

Madre...

Mejor de eso no hablemos,

no quiero que descubras

las lentas cicatrices

que dejaron en mi alma

la vida y las mujeres.

“Que extraño es este hijo”

te dirás no lo comprendo

siempre fue un enfermo de amor

por esos versos,

siempre plantando flores

en el patio de su alma,

o levantando en la noche

castillos de humo blanco.

Adiós madre querida, te dejo

no me olvides,

una cometa antigua se eleva sobre mi alma

y sube hacia las nubes grisáceas

de mis ojos.

Adiós madre querida, tan solo era una carta

que te empecé a escribir

en este abril de estrellas,

perdóname, no quise,

es que de tanto amarte,

ésta pequeña carta,

se convirtió en poema.....

 (Oswaldo Jiménez P.)