Anéctodas y memorias - Clarita Ayala

Anéctodas y memorias - Clarita Ayala 

Mi nombre es Clara Elisa Ayala Solarte, estoy ya en 87 años, mi nacimiento por la razón de atenderle a mi mami fue en Tulcán, pero mi niñez hasta la edad de siete años fue aquí con mis padres. Estuve en una escuelita que había abajo en Rumichaca que se llamaba “Fernando Pallares” y la primera profesora que la recuerdo bien, como en la niñez se ha sabido grabar todo, se llamaba Orlestina Pérez, una señorita muy buena, éramos como unos 15 o tal vez 20 niños que asistíamos entre hombres y mujercitas. Mi papá se llamaba José Ayala Bolaños y mi mamacita Rosario Solarte.

Esta historia era en 1940

La casita era solamente esta parte (Tres piezas en línea) y aquí al frente había una chocita de paja que me imagino antes habían vivido otras personas, era con hornillita de leña había unas lámparas de querosén para alumbrar las noches.

La luz eléctrica la puso mi papá cuando yo era señorita, él trajo el agua y la luz porque era bastante activo como dirigente del barrio. Trabajó primero para el agua y después la luz, cuando vino el agua yo estaba en el colegio y la luz cuando ya era casada. Anteriormente el agua que tomábamos era del río Carchi allá tocaba ir a traer con unos caballitos y unos barriles, nuestra finca era hasta allá.

Había un pozo y otras vertientes que las acomodaban para tomar agua era muy saludable para utilizar en la comida ya hervida. Para lavar la ropa de igual forma se iba al río y a bañarse todo era al río, recuerdo que mi papá bajaba con su ganado a darles agua, el agua era limpia porque aún no botaban basura en la Peña Blanca, después cuando estaba en el colegio habían comenzado a botar basura allá.

EL DRAMA DEL LUCHITO Y EL FRACASO DE LA POLÍTICA SOCIAL

EL DRAMA DEL LUCHITO Y EL FRACASO DE LA POLÍTICA SOCIAL

Pocas veces el drama humano de un hombre como “Luchito”, ha calado tan profundo en la conciencia de los tulcaneños.

En este ser humano nacido en la Ciudad de Tulcán se evidencia un obscuro pasado, de violencia y de abandono que algunos quisieron ocultar y olvidar. En parte lo lograron, pero en nuestras calles quedó un niño, un joven, un hombre, que haciendo acopio de las fortalezas y las limitaciones de su propio ser y las de su raigambre, se fue convirtiendo en un personaje querido, popular, ícono del ser tulcaneño.

 

En la vida de Luchito, es rescatable y ejemplar la generosidad del grupo de mujeres, las monjitas y del personal del antiguo Hospital Luis G. Dávila que le prodigaron sus primeros auxilios, su comida y su vivienda. Aplausos a estas personas anónimas.

Anéctodas y memorias - Blanca Flor Bolaños Ayala

Anéctodas y memorias - Blanca Flor Bolaños Ayala

 

Mi nombre es BLANCA FLOR BOLAÑOS AYALA, tengo 72 años

(La visité en su casa en Tulcán y nos sentamos en el taller en donde atesoraba una antigua máquina de coser marca Singer, “me la compró mi papá” dijo, luego entendería que a través de ese regalo él se redimía de tantos desaciertos con su hija. Nos sentamos frente a una pared llena de fotografías como nunca vi otra y le propuse hacer una instantánea dándome un testimonio de su comunidad y contándome su vida, no para colgarla en la pared sino para ponerla en un álbum de historias de la frontera, ella ríe como la niña que fue hace mucho. Su casa es alegre, sus nietas son bellas, sus manos son generosas. Viajamos al Mirador de los Pastos en sueños y regresamos enriquecidos al presente, como un designio, como una promesa de la felicidad que se ha cumplido).

"Mi papá se llamaba Marco Tulio Bolaños Oliva y mi mamá Carmela Ayala Chamorro."

Cuando se sintió enfermo mi papá nos repartió la herencia a todos, es por eso que tenemos un pedacito de tierra en el “Mirador de los Pastos” antes llamado “El Barrial”, lo recuerdo lleno de árboles, de chilca y marco, era un montecito, algunos lo vendieron, pero a mí me gustó porque ahí nací, por eso lo conservo.

EL CHINCHINAL, HIMNO DE LOS MIREÑOS

EL CHINCHINAL, HIMNO DE LOS MIREÑOS


A mediados del siglo anterior, Mira seguía siendo una isla rodeada de grandes latifundios como San José, San Nicolás, Pueblo Viejo, Pisquer, El Hato. Los mireños en su gran mayoría trabajaban en las haciendas en calidad de escribientes, mayordomos, arrieros, huasicamas, peones entre otras ocupaciones y los que laboraban por cuenta propia desempeñaban actividades como la de agricultores, cabuyeros, leñadores, herreros y artesanos en general, lo que traía una dura y difícil situación económica que obligaba a los mireños a emigrar a las grandes ciudades, especialmente a Quito y Guayaquil.

Byron Castro cita: “En marzo de 1940 se firmó un contrato con el Ing. Jizba,… siendo designado Ingeniero Jefe de la construcción del Ferrocarril Ibarra- San Lorenzo, el profesional juzgaba que es preferible el ferrocarril a una carretera y exponía las ventajas de una línea férrea”. Se presentó la gran oportunidad de trabajo para los habitantes de este pueblo, y de muchos otros de varias provincias del país. “Un peón ganaba un real diario, es decir 10 centavos de sucre, mientras en el ferrocarril el diario era de un sucre, esto motivó la migración masiva de pobladores de diferentes lugares y preferentemente de Mira” como lo dice don Alfredo Urresta Sola en entrevista hecha en 1980, quien trabajaba en compañía de sus hermanos Octaviano y Guillermo Urresta Sola en calidad de subcontratistas, eran especialistas en la construcción de túneles, que permanecen como mudos testigos del trabajo de cientos de personas.

Además Castro acota: “Para 1945 se aceleraron los trabajos, llegando el ferrocarril hasta la pequeña población de Salinas de Ibarra, zona productora de aguardiente y sal, además de estar rodeada de hermosos y fértiles valles”.