El Tesoro de Piquer

 

El Tesoro de PIQUER.

Parroquia: Juan Montalvo

Como todas las tardes, la neblina de Guanga cubría Piquer, los moradores de la hacienda se recogían a sus hogares, los hombres para descansar de la ardua tarea diaria del campo, las mujeres junto al fogón para calentarse y cocinar la merienda y el cafecito de chuspa que será repartido a todos los miembros de la familia, mientras esto sucedía, conversaban cada uno a su turno de lo que había ocurrido durante todo el día.

Iglesia del caserío de Piquer, antigua hacienda

Esta hacienda tenía guardado muchos secretos, porque durante la época de la Colonia, los Jesuítas fueron los dueños de sus tierras y se dice que al salir expulsados de la Presidencia de Quito, dejaron enterrados sus tesoros con la esperanza de algún día volver y recuperarlos.

Así sucedió una noche, la Michita que trabajaba en la hacienda fue a su cuarto a dormir al querer a conciliar el sueño, de pronto la pared del aposento se ilumina, (demás está decir que no se disponía de energía eléctrica), cual no sería su sorpresa al ver la figura de un padre vestido con hábito y capucha morados, un cordón blanco atado a su cintura, que le dijo en alta voz: - ¡cava aquí!, ¡cava aquí! ¡Sálvame! ¡Sálvame! antes de condenarme-, señalando un sitio en la pared, - hay suficiente dinero para vos y toda tu familia-, después de esto, la figura desapareció y volvió nuevamente la oscuridad; ella nerviosa, entrada la madrugada se quedó dormida por un rato, pero luego con los primeros rayos del sol, se despertó, abrió la puerta del cuarto y fue a fijarse si había quedado en la pared alguna huella de la aparición de la noche, pero nada, la pared estaba tal y conforme fue siempre. Este acontecimiento se hizo normal, la imagen del padre aparecía todas las noches en el cuarto, repetía las mismas palabras y señalaba el mismo lugar. Ella ya cansada de la situación, decidió dejar el trabajo en la hacienda y regresar a Mira, hizo sus maletas y cuando ya dio el primer paso fuera de la hacienda exclamó ¡Quédate padre con tu plata! ¡Quédate padre con tu plata! Su hermano Jacinto, que le fue a traer le preguntó -¿Qué decía Michita? ¿De que plata habla? Lleve la plata, como va a dejar aquí, allá a de necesitar- Entonces ella le contó lo que había vivido durante mucho tiempo, y fue el motivo para que decida regresar a su casa. El hermano Jacinto, volvió con ella hasta el cuarto en la casa de la hacienda que hasta ese día había sido su dormitorio, la Michita le indicó donde aparecía el padre, él cogió un pedazo de carbón e hizo una señal, trazó una bomba y dijo -algún día regresaré y cavaré aquí- . Los dos salieron rumbo a Mira al hogar paterno.

El hermano intrigado por los aconte­cimientos, tenía en mente regresar co­mo se había prometido, pero nunca lo hizo, no hubo la oportunidad. Un buen día en la madrugada viajando a pie a La Concepción en compañía de su amigo Juan, cruzó por Piquer, paso obligado de los caminantes que iban al valle, cuando divisó en el lugar de la casa de hacienda, un castillo iluminado, tenía un corredor y un pasamano en donde se paseaba un señor alto, buen mozo. Él intrigado, se fregaba los ojos y decía -¿qué estoy viendo? No puede ser, ¿en que momento construyeron este casti­llo?- Su compañero también veía lo mis­mo. Los viajeros un poco asustados si­guieron su camino, de cuando en cuan­do regresaban a ver, el castillo seguía allí, en la última vuelta del camino, al re­gresar a ver, el castillo había desapareci­do. Al retornar al otro día, durante la tar­de, pasando por allí, lo único que vieron fue la casa de la hacienda.

Lamentablemente, hoy la misteriosa casa de hacienda ya no existe, y con ello ha desaparecido el tesoro de los jesuítas o talvez alguna persona ya lo encontró y fue el afortunado.

 

Tomado del Libro “MEMORIAS DE MIRA”
Autor: Rosa Cecilia Ramírez Muñoz