El Caballo Blanco de El Chical

 El Caballo Blanco de El Chical

 

Era tiempo de verano, de noches de luna fría y de luciérnagas en el cielo. El doctor Alfredo Pallares sentado en un expendio de comidas, se tomaba unas copas con moradores de Chical.

Todos bebían y reían comentando un partido de voley que se realizó en horas de la tarde.

Entre muchas copas de puntas, Don Julián comenta lo sucedido en la noche anterior, al regresar de la casa de su compadre Filiberto, haber visto un caballo blanco de pura raza, junto a la quebrada que da a los terrenos de Don Fichamba. Muchos de los presentes aportaron en la conversación con sus supersticiones, afirmando haber visto en ese lugar, al hermoso caballo.

Después de pedir otra botella de puntas, cortesía del doctor Pallares, llegan al acuerdo de que sin duda, el caballo blanco es una huaca.


El doctor Pallares sumido en sus deducciones desempolva la memoria y recuerda al gallo encontrado por Don Quilistial y de un certero machetazo le voló el pescuezo, otorgándole una olla de plata pura. Además una marrana gorda, que todos la persiguieron y nadie pudo matarla, todas aquellas narraciones que sus amigos de Chical le habían contado sobre huacas encontradas. La mente del doctor tomó una ambiciosa decisión.

De improviso se levanta y se dirige a su domicilio, toma un machete y salta decidido, como el que tiene valor por una causa justa, en la búsqueda de su huaca. Faltándole pocos metros del lugar mencionado al compás del tic tac de su reloj, escucha el murmullo de la quebrada y en efecto el caballo blanco en plena quietud, seguramente cautivado por el constante fluir del agua.

Sigilosamente se arrastró como reptil, logrando traspasar el alambrado de púas, con estratégica velocidad le propinó un fuerte machetazo en el cuello. El caballo sintiéndose herido corrió despavorido potrero arriba, dejando al doctor Pallares sumido en triste confusión.

Al día siguiente, el personal de la policía rural indagaba y buscaba al agresor del caballo blanco que pertenecía a un señor colombiano, que lo había dejado encargado en los potreros de Don Fichamba, para ser trasladado posteriormente a una exposición que se realizaría en Guayaquil.

En los momentos que se trataba de localizar al agresor del animal, el doctor Pallares, muy nervioso, cosía el cuello del caballo blanco, arrepentido por creer todo lo que decían y de su inmensa ambición.

Fuente: Autoretrato del Carchi Vol 2.  de Luis Rosero Mora