Jorge Mora Varela, presenta:
Una deliciosa página del realismo mágico ecuatoriano
LOS NAZIS EN EL MUNDO DE SIMÓN
Habíamos vigilado el bosque todo el verano y parecía este año nada podía alterar el maravilloso equilibrio de la naturaleza que embellecía el lugar donde vivíamos. Esa mañana en particular había algo en el ambiente que nos preocupaba sobre manera, en el aire se percibía un olor a humo que venía con el viento.
Salimos de casa con prisa, más que por recorrer el bosque y disfrutar del deporte, para mirar de dónde venía el olor extraño.
Cuando tomamos la ruta por la que caminábamos siempre, nos quedamos desconcertados… Toda la montaña estaba quemada, todo tenía un color negro y un intenso olor que se iba con el viento.
No podía ser; era nuestra floresta a la que habíamos cuidado con tanto empeño, allí era el hogar de los pájaros más hermosos, los búhos de cabeza gigante, los zorrillos, los gatos de monte. Todo había desaparecido y solo permanecían de pie unos cuantos troncos quemados que daban al entorno un aire lúgubre y de muerte.
El impacto era devastador, Simón, Antonia y yo permanecíamos atónitos, al pie de la montaña, sin poder reaccionar ante este paisaje dantesco ante el cual ya no había nada que hacer, la hermosa vegetación verde había desaparecido.
Simón tomó la iniciativa y empezó a subir por el sendero desnudo, que nos dejaba ver la forma de la montaña, caminamos por primera vez por ese espacio que se asemejaba al lomo de un enorme animal dormido, solo que esta vez el paisaje era un escenario surrealista en blanco y negro al que nunca habíamos podido llegar porque siempre estuvo cubierto de una vegetación que nunca habíamos podido franquear, pero el voraz incendio abrió un boquete que permitía pasar sin ninguna dificultad.
Las tonalidades de negro y gris mostraban un escenario de destrucción y sin embargo tenía una extraña belleza, todo permanecía en silencio. De pronto en la parte alta se podían ver algunas edificaciones como si fuesen un grupo de barracas, pintadas de blanco, a medida que nos íbamos acercando, nos parecían abandonadas.
Con curiosidad y una extraña sensación de temor llegamos a las extrañas edificaciones, que tenían un extraño parecido a algo que no podía definir. Simón se negaba a caminar, había algo al interior de ese lugar que lo perturbaba.
El olor del lugar era más intenso y desagradable, Antonia tampoco quería acercarse, así que yo decidí caminar hacia las barracas y al interior se podía mirar algo que me recordaba algo, pero no podía encontrar la relación.
Los edificios, lo que había en el interior, el olor intenso y particular, entonces en mi mente empezaron a aparecer imágenes fugaces, perturbadoras, incómodas, de todos modos llegue hasta las ventanas y tomé algunas fotografías del interior, guardé la cámara, busqué a mis amigos y empezamos a regresar.
De pronto lo tenía claro, esas edificaciones y lo que vi dentro era igual a lo que una vez conocí en uno de los lugares más macabros que había conocido y que marcaron mi vida. Revisé las fotos que acababa de realizar, luego busque en el internet desde el celular, las imágenes que yo vi hace algunos años en un campo de concentración Nazi en la Europa del Este y eran iguales.
No era posible, pensé, a lo mejor sería una macabra broma de la vida, debía ser solo una coincidencia perversa.
De pronto mis dos amigos se perturbaron y empezaron a correr tras de algo o alguien a quien yo no podía ni siquiera percibir su presencia.
Simón corría y saltaba con una agilidad sorprendente, iba tras de algo imperceptible para mí, Antonia y yo tratábamos de seguirlo, por lugares que jamás habíamos visto.
De pronto mi amiga quedó atrapada entre alambres de púa que lastimaron sus patas y empezó a sangrar, de manera que sus huellas de sangre se marcaban en el piso, sin embargo no se detuvo y tratábamos de seguir el rastro de Simón que corría por la ladera tras de algo que no podía distinguir.
A lo lejos vimos como nuestro amigo estaba en medio del rio, desconcertado, porque perdió la pista de aquello que perseguía.
Una vez que estuvimos juntos y nos tranquilizamos, empezamos el difícil camino de retorno a casa. Antonia herida en sus patas, Simón con las huellas del río que en ese lugar dejaba escapar un olor pestilente, tras de algo o alguien que yo nunca pude visualizar, salvo una sombra difusa que capturó la cámara de mi celular y unas fotografías perturbadoras que debía revisar con detalle, para saber si yo estaba imaginando o respondían a una preocupante realidad.
Las heridas de Antonia, se negaban a cicatrizar y sobre la piel de Simón aparecieron una serie de ronchas espantosas y preocupantes, que a criterio del veterinario eran producto de contaminantes que según él no existían en nuestro país.
Las posibilidades de recuperación de mis dos amigos eran escasas, debíamos esperar una especie de milagro para que ellos salieran de estos momentos difíciles. Al principio parecía que ellos iban a morir, entonces pasaba horas hablándoles, recordando, pensando, soñando en nuevas aventuras.
Pasaron los días, las semanas y los meses, no obstante la recuperación que siendo lenta nos había permitido salir de la crisis, llegó el invierno y cuando por fin pudimos volver a nuestros paseos y caminatas, el bosque había recobrado su verdor y otra vez la montaña donde habíamos encontrado esos lugares que no podíamos explicar, habían vuelto a ser impenetrables, para guardar los secretos que quizá a futuro podamos explicar.
Fin