EL CALDO DE VIDRIOS

Los invito a disfrutar de una página del realismo mágico carchense.

EL CALDO DE VIDRIOS

A propósito de la muerte de Don Baltazar Ushca, vinieron a mi memoria los tiempos de mi niñez, cuando llegaban las mulas cargadas con bloques de hielo, envueltos y amarrados en la “paja del páramo” al “mercado de abajo” de Tulcán y lo traían desde el “Cumbal”.

De allí nacían los clásicos refrescos del pueblo: “Los cumbalazos”.

caldo vidrio

De limón, de piña y de tamarindo de las manos de las mujeres de mi tierra como Doña Leonor y sus compañeras de trabajo a un costado del viejo mercado que atendía al norte de Tulcán, entre la Sucre, la Boyacá y la Bolívar.

Por estos puestos clásicos del pueblo, pasamos todos, descansamos y saciamos nuestra sed en las bancas de madera pintadas de color verde.

Entonces para darse el gusto, o matar la sed o el chuchaqui podíamos ordenar un salpicón del sabor que nos apetecía de la oferta de los tres sabores tradicionales, entonces las mujeres a las que les habían acomodado el bloque de hielo en su puesto de trabajo, con la “rasuradora manual de hielo”, se llenaba con raspado de hielo el vaso de vidrio que tenía un decorado colorido de flores, con el otro vaso se llenaba del jugo elegido y se unía los dos vasos boca-boca y se batía por unos instantes y estaba listo un manjar de hielo, fruta y azúcar para el deleite de los tulcaneños.

O podíamos ordenar el “caldo de vidrios”, la raspadura de hielo se colocaba en un despostillado plato sopero de hierro enlozado, acompañado de una vaso lleno de jugo de limón, de piña o de tamarindo y con una cucharilla, se llevaba un poco de raspadura de hielo al vaso y se deleitaba del refresco.

Los más osados vertían el vaso de jugo en el plato lleno de raspadura de hielo y se llevaban al estómago el helado manjar de un solo tiro.

Y ahí era cuando “se pegaban los platinos”.

Solo se cerraba y se apretaba los ojos y se sacudía la cabeza con fuerza, entonces cuando el cliente recomponía la figura, Doña Leonor le repetía la dosis, entonces había que volver a cerrar y apretar los ojos y se volvía a sacudr la cabeza con fuerza.

En medio de la risa y del jolgorios de los amigos, solo había que pagar los centavos que costaba el manjar, alzar el cuello del poncho, meter las manos en los bolsillos y prometerse volver cuando la sed, el gusto o el chuchaqui así lo mande en esos años felices de mi pueblo.

 

Jorge Mora Varela

 

Imágenes tomadas de: @alisonnavarrom @silvanaurr