LA INSOPORTABLE SENSACIÓN DE PERDER EL TIEMPO

LA INSOPORTABLE SENSACIÓN DE PERDER EL TIEMPO

 

Cada persona es diferente y en honor a esas particularidades, no es posible definir un denominador común para todos, que es lo que a cada uno le genera la sensación de perder el tiempo.

Cada ser humano percibe a su modo que cosas son las que le generan esta incómoda sensación de perder de manera insoportable su espacio vital.

En mi caso en particular, odio las filas infernales de tráfico en la ciudad, que me impiden llegar a casa a estirarme en mi rincón favorito para dormitar.

Odio las colas de bancos y me aterra el aparecimiento de esos seres despreciables que aparecen de la nada y “me encargan el puestito”, detesto las filas de las cajas del supermercado que parecen inmóviles y extraordinariamente largas.

Me parecen desagradables las reuniones inútiles, las conversaciones o discursos cantinflescos, interesados o manipuladores.

No puedo soportar los mítines dónde nos utilizan como el relleno anónimo e insignificante, que sirve para enmarcar el supuesto poder de convocatoria del interesado.

No tengo ningún empacho en cerrar y tirar al rincón del olvido o depositar en el tacho de la basura a un libro sin sentido o a un autor que intenta través de él, controlarme, manipularme o utilizarme como tonto útil a través del marketing que lo declara un “bestseller”, para incrementar sus ventas.

Por esta razón no he leído y no creo que lo haga, leer la zaga de Harry Potter, ni las historias de García Márquez o muchos de los títulos de Borges, ni los de Cuauhtemoc Sanchez, ni los de Coelho, pues ellos me generan la insoportable sensación de perder el tiempo.

No he encontrado un mejor motivo para ser feliz que ahuyentar mis propios fantasmas de perder el tiempo y abrirle espacio a las prácticas que le dan sabor y sentido a mi vida.

Disfruto viajar kilómetros y kilómetros por lugares desconocidos, leer un libro que me agrade y que me capture y que me lleve con él, por eso me gustan los del italiano Alessandro Barbero, los del argentino Felipe Pigna, los del israelita Harari, los de las españolas María Elvira Roca Barea, o las historias de Nieves Concostrina, las de la colombiana Diana Uribe, o los del mexicano Zunzunegui, entre tantos.

Me complace sobre manera las horas y horas de conversación con mis amigos, contemplar los atardeceres en cualquier lugar o las largas siestas en los espacios y a las horas que me plazcan.

Por supuesto que la vida transcurre para todos haciendo cualquier cosa, pero para mí es mejor en la medida que todo aquello que sucede esté de acuerdo con lo que creo y en lo que quiero.

 

Jorge Mora Varela.