Soy tulcaneño.
Mi niñez, la recuerdo en el patio de la casa de mi abuelo,
alrededor de la pileta dónde nunca había agua,
en las frías tierras de mi pueblo;
a donde, de vez en cuando me gusta tanto volver.
Porque por mis venas corren gotas de sangre de frontera,
porque así lo delatan mis versos y mi manera de hablar,
con los usos y creencias que me regalaron sus templos,
soy, en el cabal sentido de la palabra, tulcaneño.
Adoro los retazos en verde de mi pueblo,
y la sensualidad que sugieren sus montañas,
sus caminos alargados y,
el color de sus moradas.
Extraño a los cantores de mi pueblo,
y el coro que se susurran tras de las ventanas,
las promesas de amor que se juran en silencio,
y escucho de entre todas ellas solo a una.
Y cuando me llegue el día sin retorno,
me guastaría ir ligero de equipaje,
como cuando subo a la montaña,
con mis amigos y nada más.
Fin