Tulcán en una tarde de domingo.
Mi pueblo me regalaba una tarde serena,
la Bolívar y la Sucre reposaban casi adormiladas
la gente caminaba lentamente, indiferente
ajenos, aletargados y distantes.
Llevaba el volante del auto cadenciosamente,
la ciudad me regalaba un paréntesis de paz,
se veía serena, plácida y tranquila,
diría... amorosa, tibia y complaciente.
La radio dejaba escapar casi como un cómplice,
un par de canciones que enmarcaban el momento
que golpeaban insistentemente las puertas de mi alma
… hijo mío: ...... que a ti y a mí nos tocaban las entrañas.
Era inevitable ser feliz,
me daban ganas de gritar, de reír y de llorar,
de parar en cualquier esquina y
brindar por aquellos bellos momentos y decir:
“que vivan los artistas,
que siempre hayan poetas y cantores
guitarreros, bohemios, señoras y señores,
creativos, ingenuos soñadores”.
Simplemente para tener junto a mi hijo
infinitas tardes para musitar versos y canciones,
para desear ardientemente degustar,
en Tulcán de otra tarde de domingo.
Por: Jorge Mora Varela