EL PARÁSITO

EL PARÁSITO

Te escribo desde mi solitario refugio, que hasta el día de ayer, consideraba seguro, pero el accidente lo cambió todo, al final te contaré. Hoy vi aparecer manchas de color marrón en el bosque que me rodea y sé que tengo los días contados. Esta es la razón por la que te confío mi descubrimiento sobre cómo acabar con la infección que destruyó mi ciudad y según parece al mundo. Tengo fe que esta información ayudará a nuestra especie.

Todo empezó con la indiferencia ante la suciedad que inundaba las calles y que transformó el paisaje urbano antes limpio y decoroso en que vivíamos. Empezamos saltando mojones de excrementos de perro aquí y allá, usando las vías menos congestionadas de basura y de mierda, pisando los remiendos que la gente ponía en las veredas con tablas para no caer en cloacas abiertas. Nadie sabía aún que esa indiferencia de la ciudadanía y de las autoridades, que rayaba en la insensibilidad, era el efecto químico producido por un parásito minúsculo que vivía en las heces de los perros callejeros, quienes fueron los pobres huéspedes en su ciclo de vida.

Los canes abandonados se reproducían a sus anchas y generaban un flujo constante de excremento infectado. Esta caca molida por el trajinar en la urbe se convertía en polvo y llegaba a los puestos de comida que se expendían entre fragancias y algarabía en las esquinas, pero las mesas de los restaurantes y de los hogares tampoco estaban a salvo, era transportado por el viento que se filtraba por las ventanas. De esta forma el parásito nos sometió a su voluntad, no pensábamos como especie, ya estábamos invadidos, alienados.

La gente enfermaba de disentería que a su vez aumentaba el excremento en las calles, porque incluso en ellas hacían sus deposiciones. Las malas costumbres se volvieron insoportables y la basura que dejaban en las vías era esparcida en todos lados por perros y ratas, inclusive el lenguaje sufrió corrosión porque se adoptó la palabra mierda para toda ocasión: era la preferida para insultar, para exclamar y para celebrar, hasta las canciones se volvieron sucias.

La insensibilidad individual y social era el rasgo anímico necesario que el fértil parásito necesitaba instalar en nosotros, su segundo huésped, y construir un ambiente biológico ideal para él. Una característica que acompañó esta fase fue el descoco de las autoridades, de la clase política que se dedicó a coleccionar diamantes, oro y piedras preciosas como una manía ante la cual no escatimaban cometer asaltos a los bienes públicos, inclusive llegaron a liderar pandillas de saqueadores. Este comportamiento demente y compulsivo llevó mi investigación a identificar al tercer y último huésped del bicho: el político corrupto.

El inteligente invasor empatizó con la feromona de la corrupción, que era la señal química que producen algunos de los políticos más poderosos, e hizo que dentro de sus cuerpos las larvas se desarrollaran más rápido. Estos individuos que generalmente se encuentran en la cima de la organización gubernamental permitieron que las condiciones sociales y materiales paupérrimas se perpetuaran. Así este parásito en pocos años destruyó todo.

La infección me ha permitido mirar las cosas en términos de parásitos y huéspedes, en invasores y cuerpos alienados, y quizá, en verdad, sea la clave de un concepto de salud primordial, al que deberíamos volver, que se basa en la identificación temprana del invasor patógeno ya sea orgánico o síquico.

Quiero que ahora prestes atención a la solución que encontré de una manera fortuita:    

Como científico, soy muy observador, me di cuenta que este parásito es un ser vanidoso que pretende reproducir su imagen y no le importa destruir a los demás. Es un narcisista absorto que ama su inteligencia y perfección, y esa es su debilidad, observé que cuanto encuentra un espejo se queda paralizado contemplándose y entra en un estado catatónico por un lapso corto de tiempo. Esta parálisis se puede aprovechar para destruirlo, por lo que se deben ubicar espejos en los lugares reconstruidos y limpios haciendo además una fumigación con desinfectantes. A la población se le deben administrar algunas dosis de anti parasitarios que les devolverán la sobriedad, y para precautelar la salud pública se debe evitar a toda costa el excremento de canes en las calles, construyendo un albergue para ellos y castigando el descuido de los amos, así como la basura en las vías.

Eso sí definitivamente a los políticos corruptos, debido a sus feromonas peligrosas, se los debe mantener en cuarentena de por vida, no sea que, por efecto de su memoria celular, vuelvan a implantar un mundo de miseria.

Lamentablemente el espejo que estaba en mi puerta se rompió accidentalmente ayer y el parásito ya lo sabe.

Fin.  

 

Por: Ramiro Cabrera Revelo

 

Foto: Perro Barriendo