El caminante

El caminante

 

El Toño empuja su carro reciclador que fue armado con fierros viejos encontrados en la basura. Desde muy temprano sale de la pieza que comparte junto a una veintena de paisanos, en una casa cerca del río Tajamar. Desde el filo de esa casa sembrada en la ladera de la ciudad, el Toño recuerda cuando soñaba con ser arquitecto y construir edificios ecológicos ¡sí! un día creyó en el futuro, pensó que podría ser profesional, tener una vida mejor; incluso cuando la cosa se puso fea y salió de su tierra, lo hizo con una maleta cargada de proyectos, que poco a poco se fueron gastando. Ahí donde se lo ve, él se graduó del bachillerato con excelentes notas, le encanta dibujar y lee todo lo que encuentra a su paso; pero la vida es así, ahora, se lo mira, caminando por todas las calles de esta fría ciudad, rebuscando en la basura, tesoros escondidos, ya que no solo recicla papel, plástico y lo que pueda vender, también le da uso a todo aquello que su creatividad le permite, porqué para recursivo es número uno, y así, llegó a armar una especie de cama con toda esa madera que consiguió en los contenedores, y con esas ropas viejas formó un colchón, en el que todas las noches luego de esa larga jordana, tipo once, se recuesta junto a su hermano.

El Carlitos, sí, el niño que le acompaña siempre y que a veces cuando está casado se sube en esa rueda-recicladora, llamémosla así, y deja que el Toño lo lleve, mientras él va mirando en las hojas de un cuaderno a medio hacer, qué tareas le faltan, pues él no va a la escuela; pero sí aprende, todas las cosas que le enseña su hermano mayor, no solo a leer, ha formar oraciones, multiplicar y demás, si no esas lecciones cotidianas que sirven para la vida. Desde el primer día qué dejaron su natal Mara, aprendieron de economía, que una comida al día basta, que se aprieta la panza y con agua se pasa. Que un árbol grande no solo da sombra, también da abrigo en las noches y que el calor de un hermano es la mejor cobija. Cuando los recursos se acabaron y el camino se hizo largo, largo, descubrió que el Toño era mago, que sacaba comida de la nada, que a veces olía mal pero bueno mataba el hambre y no era necesario robar para comer.

También le enseñó de Ciencias Naturales, cuando aprendió a beber agua de algún arroyuelo, mirando el color si era buena o mala, o cuando lograban cazar unas palomas, descubrió la biología y cocina de sobrevivencia. Sobre todo su hermano le enseñó que el futuro no se vende, cuando se negó a trasladar marihuana, pero la lección que más le ha marcado fue cuando se dio de golpes con alguien que quiso comprar al niño para prostituirlo y luego de mandar el desarmador por la barriga del tipo, le dijo que siempre lo protegería, claro, salieron corriendo y caminaron toda la noche hasta que un carro los acercó a otro poblado, su destino era el norte de Colombia, pero desde esa ocasión, decidieron bajar mas al sur.

Cuantas cosas contarían los dos, si alguien los escuchara, por ejemplo: de la primera vez que el Toño rebuscó en la basura, que no fue porque ya no aguantaba el hambre si no porque miró al Carlitos lánguido por tres días sin nada en la boca. Esa tarde mientras rebuscaba en una funda, fuera de un restaurante, se cuestionaba, dónde habían quedado sus sueños, qué estaba haciendo ahora, cómo un perro buscando comida en las sobras. El precio que pagó por ese arroz y sobras de pollo fue muy alto, mientras la mayoría de personas compra la comida con dinero, él la pagó con dignidad y sueños, con futuro, con esperanza, un precio muy alto.

Después de esa noche, las cosas fueron cambiando, ya no sentía asco rebuscar y comer las sobras, e inventaba historias para que Carlitos pueda también comer, pero ya los días hicieron su parte, los pies fueron aterrizando en su realidad y se fueron acomodando en el día a día para super vivir.

Cuando cruzaron la frontera, a inicios de la pandemia, lo hicieron por ese palo sobre el rio, al que llaman puente improvisado, cerca de la ladrillera, ya que las fronteras están cerradas, pero para él y los caminantes, los sin rumbo, los nómadas de siglo XXI, no hay límites, no hay decretos gubernamentales, solo hay necesidad de caminar y caminar, de llevar cada día como venga. Ellos no le temen al sol, se acomodan bajo cualquier sombra, no les preocupa su mal olor, el bañarse en una vertiente o pozo se ha convertido en un lujo; ellos no le temen al frío, el periódico en los pies es el mejor abrigo, una cuneta o un hueco en la tierra son el mejor refugio; ellos torean al hambre con cualquier cosa rebuscada, muchos se dejan llevar del sueño que el cemento de contacto les da o de lo que venga. Muchos son esclavos de la trata y tráfico de todo tipo. Mas como el Toño, algunos no han perdido la ilusión, esa intocable sensación de que algo bueno podría pasar en el día, por eso él, se acomodo en su espacio, decidió que este poblado largo, cruzado por cuatro calles que a medio día se vuelven silenciosas, y repleto de personas desconfiadas y encerradas, sería su lugar por un buen tiempo.

Para sentir que algo le pertenece y que pertenece a algo, adorna y acomoda su carro recolector, tiene unas guirnaldas navideñas, a pesar que es septiembre. Y lleva esa mochila de Minie Mouse que seguramente remendó con sus propias manos. Ahí lleva los libros, esos que la gente ya no quiere y que para ellos son un tesoro, lo que cuentan son la escuela y el colegio del Carlitos, la Universidad es la vida.

Ha organizado con costales de cáñamo lo que va reciclando. Mira la vida de modo diferente, da una oportunidad a todo lo que aparentemente no sirve. Ahora a encontrado un viejo reverbero que funciona a luz y lo va a arreglar para montar su cocina, para salir desayudando algo caliente, así como la gente que vale lo hace. Sí, porque sabe que a pesar de que él y otros tantos diariamente van trazando sus pasos por toda la ciudad, las personas ni siquiera los asume como humanos. No saben si tiene nombre, solo se llama reciclador, se han vuelto un símil de contenedor. Quizás porque se miran, huelen y son diferentes.

Algunos se han perdido en la resignación, y son los invisibles, pero el Toño no, él tiene su motor, su hermano, al que protege a toda costa, le enseña, instruye, educa. Y ese coche que él empuja, lleva el futuro del pequeño, lleva esperanza, que no es limpia, brillante y hasta fácil como tenemos los demás, la esperanza de ellos es una lucha constante, que necesita un corazón fuerte para estar caminando y respirando junto a todos sin ser vistos, solo por estar en la otra orilla de la vida.

 

Por: Irene Romo C.

Foto Hombre Cargador