Las otras

Las otras

Angélica da gracias al Cielo por haber nacido en este lado del mundo. La mujer de cuarenta y tres años, sube el volumen a la radio, para seguir escuchando la noticia de las jóvenes afganas, mientras continúa cocinando el almuerzo. Ni siquiera sabe dónde queda ese país, pero siente alivio de estar tan lejos.

¡Ingenua Angélica! que se cree tan afortunada por las migajas de libertad que aquí tiene, se le ha olvidado que un día tuvo sueños y que terminaron al casarse con el enamorado de la secundaria, un muchacho de esos que se creen dueños de la mujer solo por el hecho de haberse acostado con ella. Tuvo que unirse al “machito en construcción” bajo las amenazas del joven, de que si lo dejaba se tomaría veneno o les contaría a todos lo “mujer fácil” que es. Entonces para no cargar con la culpa ni la vergüenza, apenas cumplió los dieciocho dio el sí, bajo la única indicación y sentencia de que “la mujer hace el hogar”. Palabra dada por su madre, la típica señora que se acostumbró a cargar cuernos, desplantes y maltratos, en nombre de las apariencias. Para quien los hombres derechos debido a sus necesidades, pero a las mujeres ni un mal pensamiento se les debe permitir. Una persona llena de amargura y miedo.

Ella la que ahora se cree sobre afortunada en comparación con las del otro lado del planeta, un día quiso estudiar, pero ¿cómo hacerlo? Si al fin ella solita se metió a tener tantos hijos. Y ¿cómo no iba a ser así? si el marido se negaba a usar anticonceptivos, porque “las mujeres que toman esas pastillas se vuelven “locas”, después andan buscando hombre por donde sea”, y “los barones nunca usar esas vainas con la esposa, eso es para las queridas”, además hasta el cura dice que es pecado.

La que ahora eleva una oración a Dios por todas esas pobres mujeres que no pueden ir a la playa en traje de baño, no recuerda que cuando ella va al mar, es solo para cuidar los críos y soportar al marido, borracho. No se ha percatado qué si bien puede usar un traje de baño, enseguida viene la burla del esposo, por: la barriga, las celulitis o las piernas flácidas. Bromas que comparte con los demás hombres de la familia o los amigos.

 Ella, la que de tanto escuchar que: no trabaja, que solo cuida la familia, es una mantenida, se convenció de que esa era su realidad. Ella, ahora siente pena por esas mujeres de Medio Oriente.

Y le pasa lo mismo a Isabel, la ejecutiva que camina a prisa, en dirección al colegio a retirar a los chicos, para llevarles a comer a tiempo y volver inmediatamente a la oficina, se siente feliz de que su esposo “la deje trabajar”; no es consciente que ese es su derecho y tampoco recuerda que tiene prohibido sonreír con sus compañeros, que como “mujer decente” no debe andar de coqueta con nadie y como le han recalcado en los cultos de la iglesia “una mujer de Dios no debe socializar con hombres, debe guardar su lugar”.  Ese lugar que le crearon, que le impusieron, sin embargo, se siente libre porque hace algo que en otros países está prohibido.

En cambio, a Nelly, le parece increíble que, en otros pueblos, las mujeres no puedan ir al mercado sin compañía de un hombre, (como si lo necesitara) si aquí, ella, va sola y bien no más carga las canastas, cocina, cría, atiende. El privilegio del que se cree dueña, no le permite ver como es oprimida por su conviviente, quién a más de mantener, tiene que perdonarle su violencia. Además, se le ha olvidado que para su padre las mujeres solo servían para cocinar, coser y criar guaguas y apenas terminó la escuela la mando a trabajar de cocinera. Pero ahí está, celebrando una dicha que le parece inmensa comparada con las pobres mujeres del desierto.

Mientras tanto en la cafetería de la ciudad, un grupo de amigas, discuten sobre el tema “que, si fuera en ellas, hace tiempo se habrían ido del país, que no estarían aguantando nada, como esas pobres árabes”. Entre palabras de ánimo que se dan la una a la otra, esconden sus metas inconclusas, el aprender a manejar un carro, ser gerente de su propia empresa, ir solas de viaje, jugar billar, cosas por el estilo que son solo para “hombres”. Pero ellas están disfrutando de una dicha incompleta y sienten pena por las de lejos.

En el salón de belleza, un par de mujeres comentan lo terrible que sería no poder cortarse el pelo, arreglarse las uñas o ponerse pestañas, ¡quién como ellas, tan libres! Que pueden hacerse todas las cirugías plásticas que quieren y las que no también. Pero en el aire flotan las peguntas: ¿por qué? ¿para qué? ¿para quién?

Para los que pusieron ese modelo de mujer con medidas perfectas. Los mismos que las presumen por las redes sociales, como si fueran un artículo de “marca” Para ellos, ¿para quién más? Pues, aunque no se diga, se cree que solo la mirada de los hombres da valía.

A la salida de la iglesia un grupo de señoras comentan la situación de aquellos países lejanos, determinan esa suerte al hecho de que por allá no creen en nuestro mismo Dios, lo hacen sin darse cuenta que, a ellas en pretexto de un Dios, aquí, les clavaron la sentencia de que: el matrimonio es una cruz que se debe cargar, que la mujer se hizo para procrear, y viven con la idea de seguir el canon. No se dan cuenta que les cegaron el pensamiento, que están encerradas en un “burka” moral e invisible, que no les permite verse a sí mismas, pero les deja juzgar al que vive diferente. ¡ingenuas! Justificando el mal accionar de sus hombres y criticando los errores de las mujeres. Replicando, sin darse cuenta, una historia de maltrato.

 Y por ahí están, las otras, las que tienen que elegir entre la familia, el amor o el éxito profesional. Las que se han arriesgado y han perdido su “buen nombre” en boca de las mismas congéneres, por no hacer las cosas como la tradición manda. También están las que despertaron, las que educan a sus hijos de manera progresista, las que en su trinchera abren paso a las mujeres que vendrán, las que pagaron el precio por avanzar. Incomprendidas, solas, juzgadas, habitantes de la otra orilla, desde donde miran que en esta porción de la Tierra se vive mejor, . pero aún queda un largo camino por hacer, que la historia de las de acá no es tan perfecta como lo pintan.

 

Por: Irene Romo C.

Imagen Mujeres