Jorge Mora Varela presenta una página del realismo mágico carchense.
DEBIÓ HABER NACIDO 70 AÑOS DESPUÉS
Visto desde lejos, podría parecer extraño o una manera sutil de lo tétrico, pero es que en este pueblo era una actividad natural y frecuente.
Una tarde paseábamos con mi viejo amigo por las callejuelas y senderos del cementerio Azaél Franco de la Ciudad de Tulcán y mientras caminábamos con parsimonia resultaba curioso leer el año de nacimiento y de la muerte que estaban escritas en las lápidas.
Algunas databan del inicio y terminaban en los albores de del siglo XX, los nombres y apellidos de hombres y mujeres daban una idea de quienes habían construido su vida en esta fría empalizada al norte de la ecuatorianidad que testimoniaba un lazo estrecho con la colombianidad.
Un nicho alto sin apenas el cuidado de nadie refería nombres y apellidos comunes y databa (1940-1957).
Mira le dije, la persona que está enterrada allí murió a los 17 años y mi amigo sin apenas alzar la voz dijo: Ese muchacho debió haber nacido 70 años después.
…
La vida del pueblo fluía como siempre, los hombres y mujeres adultos estaban iban y venía concentrados en llevar, traer, intercambiar y forjar la supervivencia entre ponchos, chalinas y sombreros.
Los vehículos le daban un aire extraño al pueblo, avizoraban la modernidad entre las calles empedradas y estrechas.
Los muchachos del Colegio Bolívar auguraban la vitalidad necesaria para asegurar la vida demográfica, económica, política, afectiva y religiosa de la fría ciudad de frontera.
Los chicos iban al colegio para iniciar sus labores a las ocho de la mañana, hasta el medio día y en la tarde desde las dos de la tarde hasta la hora del café.
Entonces el parque se inundaba de alegría cuatro veces al día de lunes a viernes y los chicos salían todos orientados a la calle Bolívar por dónde subían o bajaban las colegialas del Tulcán y con ellas toda una gala de belleza y promesas de amor futuro.
Allí entre indiferencias, miradas furtivas, palabras dichas entre susurros, prisas y amagos de coqueteos, la ciudad tenía una avenida abierta al mañana.
Mírala allí viene ella y ¿si solo me diera una mirada? susurró uno de los muchachos, en respuesta el otro muchacho tuvo una repentina e incómoda sensación de malestar y de ira, inexplicable, inesperada, extraña.
- Nos vemos dijo y salió de prisa, rumbo a ninguna parte.
Al otro día, como nunca tenía miedo de llegar al colegio, porque allí estaría su amigo y le agradaba su compañía, así había sido desde que él llegó desde Colombia al primer curso, pero que el se interesara en la hermosa chica del Tulcán, lo molestaba y no lo podía entender.
Su amigo se convertía en un pensamiento obsesivo que cegaba su atención en clase, lo distraía en casa y se alejaba de los amigos.
Una noche mientras intentaba dormir y mientras entraba en sopor en una especie de sueño vívido se acercaba su amigo, lo miraba y mientras le sonreía lo besaba con pasión.
Y eso lo despertó e hizo que se sentara al filo de la cama bañado en sudor.
Dios que me pasa, eso es pecado pensó el muchacho.
Era inevitable, le gustaba, le agradaba, quería, amaba a su amigo y sentía que era un error, a los chicos le deberían gustar las chicas, pero porque a él no.
Al muchacho lo atormentaba la idea de SOY MARICÓN….
Pero es que a las personas que les gustaba los de su mismo sexo, eran parte de la vergüenza social, así lo decían en la calle, en la iglesia, en la escuela, en casa en los círculos de amigos, en el cine.
Era una maldición y moraba en su propio cuerpo…
El muchacho de a poco se aislaba y tenía un sentimiento de culpa que tenía que descargar, pero dónde acudir para entenderse, pedir ayuda.
Pesó que confesarse con un cura viejo y sordo sería una opción y así lo hizo, fue a la iglesia principal del pueblo y esperó en la fila del viejo padre que bordeaba la decrepitud.
- Padre deseo confesarme.
- ¿Dime has pecado de la carne?, ¿Cuántas veces?
Entonces el muchacho salió dl viejo templo como el fugitivo que ansiaba el aire de la libertad.
El sentimiento de soledad era tan intenso que la soledad y la depresión constante eran sus compañías frecuentes.
El afecto de casa se expresaba como era habitual en el pueblo, entre el lenguaje grotesco y el amor a la “tulcana”.
Las charlas entre amigos también tenían sus características: entre el lenguaje grotesco y el chiste a la “tulcana”.
La depresión ahogaba las sensaciones del joven que luchaba entre lo que el pensaba debía ser del “deber ser” y la realidad de su ser.
El deterioro anímico y físico del muchacho era evidente, pero al parecer nadie se percataba de ello.
Una tarde el chico de sus sueños lo llamó por su nombre y la sensación al escucharlo fue enorme, su corazón se exaltó de tal manera de regresó a mirar con avidez.
- Mira te presento a mi novia y nos vamos a casar, como tu eres mi mejor amigo, quiero que tu seas uno de los testigos.
En ese momento se rompió un pequeñísimo, fugaz y secreto sueño:
“el de tomarlo de la mano e irse muy lejos, dónde nadie pudiese juzgarlos”.
Entonces solo caminó hacia el norte del pueblo, despacio, sin prisa, en silencio, y sin detenerse se dejó caer por la Peña Blanca, el precipicio del botadero de basura que da al Rio Carchi.
…
Mira le dije, la persona que está enterrada allí murió a los 17 años y mi amigo sin apenas alzar la voz dijo: Ese muchacho debió haber nacido 70 años después; en estos tiempos ese muchacho hubiese tenido un abanico de posibilidades, para crecer y envejecer en sus términos, pero nació en el tiempo y en el lugar equivocado.
Fin.
Imagen tomada de: clikisalud