En febrero, el mes del amor, los invito a disfrutar de una página del realismo mágico, con una historia como las que se dan en mi pueblo.
UNA HISTORIA DE AMOR Y DE PECADO, QUE NUNCA FUE
La mujer, con su bata de lana para cubrirse del frío intenso habitual en las mañanas de la ciudad, se preparaba a llevar el desayuno a su esposo que estaba metido de cabeza en el viejo taxi que se negaba a encender aquella mañana de febrero.
Entonces puso la taza de café y un par de panes en una charola de plástico y salió a la calle en búsqueda de su esposo.
Al salir a la calle, de improviso miró a aquel hombre que venía de prisa, no pudo evitarlo, al reconocerlo luego de más de cuarenta años, sintió que se paralizaba, solo se cayó al suelo la bandeja, en medio de un sonido escandaloso y se desparramó la bandeja con el desayuno, que era para su esposo.
El hombre, la miró sin reparar en ella, hizo un ademán de saludo y siguió su camino rumbo al garaje que estaba unos pasos más abajo, para tomar su vehículo que lo había dejado por un par de días mientras él solo había ido a los años a su pueblo en busca de sus viejos amigos y de su montaña favorita.
¡Qué tonta eres! vociferó su marido, con un tono grosero, tráeme otro café le ordenó de un grito.
La mujer recogió los pedazos de los utensilios que se hicieron pedazos al caer al pavimento de la calle, entró a su casa y fue y se encerró en el baño.
Es él, claro ha envejecido, pero es él y es como lo recuerdo, en ese momento sintió como se ruborizaba su rostro y mientras ensayaba una sonrisa, sus lágrimas caían a raudales por sus mejillas.
Mientras se miraba al espejo pensaba ¿Cómo ha pasado el tiempo y cómo he envejecido?
¿Si solo….?
Solo salió del baño y mientras intentaba secar sus lágrimas, fue a la cocina a reponer el café para su esposo que desde la calle le gritaba:
¡Que fue del café, que se me hace tarde!
Cuando estuvo sola, se sentó en la banca que daba al patio y con la cabeza gacha recordaba:
Esa mañana, hubo un temblor fuerte que sacudió la ciudad y ella estaba en clases del colegio y el susto fue aterrador; el tapial de la vieja casona se fue el suelo, entonces había que evacuar por el tapial del otro lado que también amenazaba con caerse.
Las chicas jovencitas que cursaban los años intermedios del colegio saltaban al otro lado y corrían a un lugar seguro, pero ella estaba aterrorizada, entonces un muchacho joven y con una sonrisa encantadora, le dijo:
Déjese caer, yo la sostengo y la ayudo a bajar, mientras él se apalancaba en los escombros de adobe caídos y le estiraba la mano.
- Ella le dio la mano y se dejó caer sobre el joven, él la sostuvo y la hizo deslizar de manera suave sobre su cuerpo.
- Los dos hubiesen deseado que ese momento fuese eterno, él la pudo sentir sobre su pecho, como se deslizaba una “mujer”, que lo miraba confiada y ella descubría con rubor que ya no era una niña y que se deslizaba contra el pecho de un “hombre”.
- Ese instante duró apenas unos segundos, los dos chicos ya en un espacio seguro debían separar sus cuerpos. Se miraron a los ojos y él le dijo: “está a salvo” y ella con el turbación de sentirse “mujer” por primera vez en su vida, solo sonrió con timidez y respondió, gracias.
- El muchacho que sentía la extraña sensación de haber abrazado a una hermosísima “mujer”, se sentía extraño, pecador y no sabía si sonreír o de ir al confesionario y reconocer ante el Padre que había tenido por un par de segundos unos “pensamientos pecaminosos”.
Pasaron los días y la vida seguía para todos, entonces la realidad de los jóvenes hombres era la de terminar el colegio y migrar a la capital para ir a la universidad y construir su futuro en la ciudad grande y así fue,
Para las mujeres del pueblo no era tan fácil, eran pocas las que iban a la universidad y la mayoría asumía su rol de esposa y madre desde temprana edad.
Y claro, el pueblo ofrecía su realidad de frontera, de taxis, busetas, el transporte interprovincial, comprar y vender, llevar y traer.
En esa dinámica la muchacha solo fue parte de ese ajedrez simple que ofrecía el pueblo de frontera, se comprometió y se casó con el hijo del vecino que tenía un taxi y el muchacho tenía asegurado su futuro económico.
Pero la vida no era fácil, en el pueblo eran hábiles para trabajar y alcanzar el sustento, pero su gente nunca fue hábil para establecer relaciones humanas cordiales, sensibles o suaves, más bien eran hoscos, groseros y aferrados a la bebida. Y ese modelo mental y comportamental fue parte de la vida de la muchacha.
Cuando el hombre llegaba a casa y con olor a aguardiente “la usaba” y así tuvo cinco hijos, a los cuales amaba, cuidaba y era una “mamá” en el cabal sentido de la palabra, pero le aterrorizaba la noche, al menos cuando su marido olía a alcohol.
Así pasó la vida como cuarenta años y nunca más fue muchacha, solo “mamá” y la “mujer” del taxista, vieja sin una crema en el rostro, de pelo corto y permanente, apurada todo el tiempo tras las obligaciones de la casa que no terminaban jamás.
Esa mañana, solo se levantó, se puso su bata, preparó el desayuno para su marido, lo puso en una bandeja y salió a la calle para llevarlo donde estaba él en su taxi que se negaba a encender en medio de los insultos de grueso calibre que dejaba escapar el hombre en voz alta.
Cuando pisó la acera regresó a ver y allí estaba el hombre de su momento mágico de cuando ella descubrió que había dejado de ser niña y que se había convertido en una “mujer”.
Claro que él también había envejecido, tenía su cabeza con canas, pero era él, esbelto, delgado, guapo y tenía esa sonrisa inconfundible.
No lo pudo evitar, se le paralizaron las manos y no lo pudo evitar la bandeja que llevaba en sus manos fue a dar al suelo. Sin embargo, pensó:
"Pero si solo fueron unos poquísimos segundos"
pero,
¿y si la vida con él hubiese sido como en esos ligerísimos instantes maravillosos?
FIN
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