LA DAMA Y EL FÚTBOL

Relato tomado del libro Retazos del Tiempo de Jorge Mora Varela

Transmitido por: https://fb.watch/p_pxRonxxh/

La dama y el fútbol

I

¡Juanita!… ¡Juanita! –Se escuchaba en el largo corredor.

–¡Ven pronto! el Doctor se siente mal.

Sus ojos azules denotaban juventud que contradecía a las arrugas de su rostro, que delataban su edad acompañaban a su cuerpo alto, esbelto.

Victoria vestía un terno gris, estilo sastre, falda recta, a la altura de las pantorrillas, chaqueta entallada que resaltaba su delgadez. Sobre su cuello un pañuelo de seda negra y su cabello, tinturado de color oro, peinado a la perfección, encerraba un cuadro elegante de aquella dama.

Brasil 04

Ella comandaba un ejército que, en realidad, estaba compuesto solo por Juanita, una joven moza, de contextura gruesa, de piel canela, cabello largo y lacio, vestía siempre de uniforme blanco que contrastaba con el color negro de su cabello.

El “Doctor” al que se refería Victoria era su esposo, con quien llevaba más de cuarenta años de casada.

Él era un abogado vinculado a la política, de la cual había construido su forma de vida, y ahora permanecía tirado en el piso de su sala.

En medio de la confusión, alguien llamó a la ambulancia, mientras el vehículo se alejaba, solo se oía el ulular de las sirenas que se perdían en el horizonte.

Victoria solo deseaba permanecer junto a su esposo, pues no podía concebir la vida sin él, que la había arrancado del seno de su hogar siendo una niña, ni siquiera había finalizado sus estudios de Colegio.

Al poco tiempo murió el doctor sin haber recobrado el conocimiento; Victoria no pudo despedirse de su esposo, solo permaneció junto a él en silencio.

En la ceremonia fúnebre, vestía de negro, permanecía sentada frente al ataúd de su esposo, con la mirada perdida en medio de una multitud que ella no reconocía pero que le hablaban y la abrazaban mientras expresaban sus sentimientos de dolor, sin que alguien lograra consolarla.

Entrada la tarde, la lluvia constante acompañaba el cortejo fúnebre, Victoria le decía adiós al hombre de su vida. Mientras por sus mejillas resbalaban sus lágrimas una interminable fila de personajes ensayaban sus discursos, donde resaltaban la figura del hombre, del político, del abogado.

Apenas había terminado el sepelio, algunos le pedían explicaciones sobre situaciones de orden legal, reclamaban deudas y hasta maldecían al muerto.

Pasaban los días y las necesidades apremiaban, Victoria descubrió que no había conocido al hombre con el que compartió la mayor parte su vida, su riqueza se esfumó, solo deudas inexplicables.

Pocos días después, recibió la visita de un grupo de hombres de semblante adusto quienes, sin darle oportunidad de preguntar, entraron de forma abrupta a la casa; uno de ellos, el más joven, peinado con gomina, sonrisilla fingida y labios finos le masculló:

–Señora Victoria,

El motivo de esta visita es transparentar las cuentas de su difunto esposo y aclarar la situación de cada uno de nosotros, incluyendo la suya...

Los acompañantes solo señalaban a diferentes puntos de la casa, tocaban los objetos, los levantaban, hablaban de precios. Luego se dirigió a ella en tono grave:

–Su esposo mantenía deudas con nosotros que no han sido cubiertas, por lo que los bienes que se encuentran en esta casa ya no le pertenecen.

Usted tiene que abandonar la propiedad de manera inmediata y disponer solo de sus efectos personales.

A renglón seguido lanzó los papeles sobre la mesita de centro y dijo:

–Aquí están los documentos para que quede todo en regla, si no acepta nuestra propuesta usted sufrirá las consecuencias...

Victoria deambulaba por la casa, que tan solo días atrás había significado su vida. Buscó un par de baúles de la bodega y Juanita recogió las cosas que a su parecer debían llevar a lo que sería su nuevo hogar,

Algunos papeles, libros, carpetas que parecía no haber abiertas nunca, de la habitación principal tomó los retratos que evocaban los recuerdos de los momentos felices.

II

Y en un viejo taxi fueron llevadas a un lugar lúgubre, lejano y pobre, que debería convertirse en un su nuevo hogar. Con el pasar de los días Juanita hizo de ese lugar un espacio limpio y cómodo, aunque Victoria parecía no notarlo…, salía poco de su habitación y apenas comía.

El frío se dejaba sentir en la ciudad, solo la radio permanecía encendida todo el tiempo, Victoria se levantó y caminó a través de la sala y no halló señales de Juanita; por un instante sintió temor, la sensación de soledad y de abandono la invadían, se dirigió a la puerta del dormitorio de la muchacha con la esperanza de encontrarla, apenas golpeó la puerta y esta se abrió.

Juanita no estaba, en la habitación, todo estaba ordenado y limpio, solo algo, llamó su atención, tras la puerta estaban las figuras de deportistas. Las fotografías Habían sido recortadas con esmero y pegados con cuidado.

Victoria se quedó mirándolos por un momento sin poder conectar a Juanita con aquellas escenas.

Después de tantos años juntas, Victoria se percató que no la conocía. Salió de aquel lugar y cerró la puerta detrás de sí, mientras se escucharon ruidos en la puerta principal, era Juanita que llegaba del mercado, su acento delataba que no era de ese lugar.

–¡Oh! ¡Se animó a levantarse Señora Victoria...!

–exclamó Juanita con aquel cantar tan característico, como si todas las palabras tuvieran un acento en la mitad.

Victoria se percató de un par de fundas de compras.

–¿De dónde salió eso? –Preguntó mientras señalaba los paquetes.

– Del mercado Señora –Afirmó.

–¡Ya lo sé! –exclamó Victoria, haciendo evidente lo obvio de la respuesta de Juanita.

– Me refiero a que, ¿de dónde sacaste el dinero para pagar de compras?

– Era una “platica” que tenía de reserva señora,

“para un por si acaso” y el por si acaso ya llegó.

–Permíteme hacerte una pregunta Juanita, ¿por qué hay recortes de futbolistas tras tu puerta?

– Si le molesta los quito, respondió la muchacha.

–No, no, no se trata de eso –respondió Victoria–, es solo que me llamó la atención.

Juanita se sentó y recordó en voz alta:

–De joven me enamoré de un joven guapo que jugaba al fútbol. Él era el mejor de su equipo, en el barrio decían que pudo haber sido profesional, un día nos hicimos novios y nos casamos.

Quisimos tener familia, pero no me podía embarazar.

Un día mi familia me dijo que le ofrezcamos algo a la virgencita para tener hijos y nos fuimos de romería a la Gruta de La Paz y en el viaje sufrimos un accidente fatal.

Todos murieron ese día menos yo y me tocó enterrar a mi padre, a mi madre, mis hermanos y a mi esposo.

Me quedé sola en el mundo, solo me dediqué a trabajar, en algunas casas y luego con usted y el Doctorcito que descanse en paz.

Recordó: un día mientras arreglaba mis cosas encontré unos periódicos donde se veían a un grupo de jugadores en el juego y me recordaron a mi esposo, por lo que los recorté y los pegué detrás de la puerta, para sentir que lo tengo cerca.

–Yo sé que no es él, pero de alguna manera representan lo que él era: un hombre que me amaba. Por eso me gusta ver las fotos del fútbol, de los jugadores y de los equipos; oigo en la radio los partidos, los goles; así mi vida es más llevadera.

III

Amaneció y los rayos del sol se reflejaban en la cama de Victoria, era domingo y no había mucho que hacer; ir a la iglesia tal vez. Sin embargo, los gritos de la calle le llamaron la atención. Abrió los ojos y se levantó; asomó su cabeza por la ventana y vio que las personas pasaban vestidas de colores gritando “y dale y dale”.

Victoria llamó a Juanita, la muchacha entró por la puerta con emoción y antes de que le pudiese manifestar su inquietud, Juanita se apresuró a explicarle lo que sucedía.

–Hoy se juega un clásico Señora–, y el estadio queda aquí cerca, es por eso que toda la gente esta tan alegre.

Juanita encendió la radio y sintonizó una emisora donde un grupo de personas hacían una crónica de algo que parecía importante.

Victoria apenas tenía noción de lo que era el fútbol, nunca había visto el juego, solo escuchaba la emoción que derrochaban quienes lo narraban a través de la radio, parecía que a más de uno se le iba a detener el corazón y más que una contienda deportiva se tratara de una épica batalla entre dos ejércitos.

–avanza, el jugador número 9, recibe un pase, está solo ¡Solito!…

¡pateaaaaaaaaa Noooooooooooooo…!!!!

 

El corazón de Victoria empezó a latir de prisa. No entendía las reglas del juego, solo tenía una leve idea del mismo, pero en su cabeza las imágenes se iban dibujando una tras otra y la emoción del momento hizo que las quisiera plasmar de alguna manera sin importar si eran fieles o no a la realidad en la cancha.

Hace muchos años su madre le había enseñado el arte de la pintura, entonces miró sus manos, viejas, arrugadas, y se preguntó ¿podrán?

Colocó sobre la mesa algunas hojas blancas y viejos lápices de colores que encontró en el baúl y empezó a dibujar trazos, mientras las voces de los relatores del partido se escuchaban a través de la radio.

Victoria miró los bocetos que había acabado de hacer y le parecieron hermosos, resultaban cautivantes, los trazos parecían tener movimiento, podían saltar y bailar en el dibujo e inundar la habitación de alegría.

Ella misma se sorprendió de que sus manos aún tuvieran la capacidad de crear belleza y de hacerla vivir a través del papel.

Sin embargo, la situación económica empeoraba; habían reducido su alimentación a solo una ración por día y se sentía responsable por Juanita.

IV

RIIIIIIIIIING, RIIIIIIIIIIING, RIIIIIIIIING

Sonó el teléfono y Victoria se sobresaltó, desde que vivían en aquel lugar ese aparato no había sonado ni una sola vez, ella no sabía si contestar o no, alzó la bocina y del otro lado se escuchó una voz femenina, chillona y destemplada que le dijo:

–Eres tú, ¿Victoria? te habla Petita, te hemos pensado mucho, hemos rezado tanto por ti... después de la muerte de tu esposo no quisimos molestarte, y luego como supimos que te habías cambiado de casa, ya nadie nos dio tu teléfono, ni tu dirección, no hemos podido pasar a visitarte, pero ¡qué bueno escucharte! –chillaba la voz del otro lado de la línea.

Victoria solo atinaba a pronunciar algunos vocablos, por que aquella mujer estaba más ocupada en hablar que en escuchar.

–¿Cómo van las cosas?, supongo que bien, es que tú siempre fuiste tan afortunada, tan organizada, tan de tu. Y casa y a más de que tu marido siempre te tuvo como a una reina y te debe haber dejado bien asegurada…

Victoria se sentía mareada, Petita no dejaba de hablar, hablar y hablar, ni siquiera se podía seguir el hilo de la conversación.

Cuando por fin hizo una pausa y parecía el momento del adiós, Petita comentó: todas te extrañamos tanto querida, espero que no te moleste que cualquiera de estas tardes te hagamos una visita.

Victoria estaba atónita y lo único que alcanzó a pronunciar fue un seco “ajá”.

Estaba desconcertada y dentro de su cabeza pedía que aquello de la visita no haya sido más que una simple cortesía o una horrible pesadilla.

Para la mujer tener la posibilidad de dibujar antes de dormir le había devuelto la alegría y la distraía de todas les preocupaciones, a su manera plasmaba en el papel la alegría de los cánticos y de los gritos que se escuchaban los domingos.

El dinero se terminó, Victoria pensaba que le podría decir a Juanita para agradecerle por todos los años de compañía y lealtad.

V

Toc, toc, toc...

Golpeaban la puerta con insistencia, Victoria escuchó cómo Juanita se apresuraba a responder,

–Son sus amigas Señora, ¿qué hacemos?

Antes de que pudiera contestar, se volvió a escuchar:

–¡Victoria! ¡Somos nosotras déjanos pasar...!

La mujer, se pasó de forma nerviosa sus dedos entre su cabello.

–No podemos escondernos para siempre –dijo. y pidió a la muchacha que abriera la puerta.

Las mujeres querían saludar a su amiga.

–Pasen por favor –balbuceó, haciendo un ademán con la mano.

–Tomen asiento, insistió.

Las mujeres se sentaron en las sillas vetustas de aquel espacio, Victoria apenas podía articular algunos monosílabos

Petita tenía una gran capacidad de hablar sin respirar.

Sus amigas miraban con curiosidad lo que había en la habitación y comentaban con

sarcasmo.

Tu esposo era de posibilidades y sabemos que te dejó “muy bien”.

Petita, que curioseaba lo que había en la mesa preguntó:

–¿De dónde sacaste esos dibujos tan bellos?

–Los dibujé yo –respondió Victoria.

–No sabíamos que eras tan talentosa –afirmó otra.

–¿Estás segura que son tuyos?

–¿No tendrás problema en regalarlos a tus amigas?

–Preguntó Petita mientras tomaba algunos–, después de todo, los haces tú misma…

Juanita que había estado atenta a la conversación interrumpió ese momento y dijo:

–¡Todos aquellos dibujos están vendidos!

–¿Vendidos? Cuestionaron las invitadas.

–Sí, respondió Juanita, a unos extranjeros que conocen de esas cosas.

–¿De verdad están vendidos Victoria? Preguntó Petita con asombro.

–Sí respondió Victoria, encogiendo sus hombros.

–Y cuánto cuesta cada uno –preguntó otra invitada.

Juanita lanzó una cifra sin pensarlo mucho, la misma cantidad de dinero que en ese momento necesitaban para cubrir sus gastos.

–¿Cada uno? Eso es mucho dinero ripostó Petita.

–No es para cualquiera, solo para personas que aprecian el arte –aseveró Juanita inflando el pecho como si ella supiera mucho de esas cosas.

¡Como yo! –afirmó una de las presentes–. Véndeme uno por favor.

¡Y a mí también! gritó otra, de repente las mujeres habían adquirido todos los dibujos.

–Si los que compran son extranjeros, debe ser que valen mucho, escuchó Victoria, mientras las mujeres salían por la puerta.

Victoria se quedó detrás de la puerta con el dinero en la mano, miró a Juanita.

–Pero ¿de dónde sacaste esas historias de los extranjeros?

–preguntó a la joven– yo no sé si he hecho bien en vender los dibujos...

–Hizo muy bien Señora, afirmó Juanita.

Los días siguientes transcurrían entre relatos de fútbol, hojas de papel, y colores nuevos, la tranquilidad de no pasar apuros económicos, y la compañía de Juanita que la apoyaba en todo lo que Victoria quería emprender y la mantenía al corriente del campeonato de fútbol.

VI

La fama de los dibujos de Victoria y la supuesta demanda de los extranjeros había corrido como pólvora y todos los días iban llegaban los interesados y curiosos a ver los dibujos de la mujer, que se eran cada vez más complejos y hermosos y que despertaban entusiasmo entre las personas.

La inspiración llegaba de los técnicos, de las estrategias, del 4-4-2, del 3-5-2, del 4-5-1, de los contragolpes, del juego de local, de visitante, de los goles, en fin, de lo mucho que escuchaba, pero que en verdad entendía poco, o quizá nada…

Victoria evolucionaba con sus dibujos y pinturas de fútbol que ella jamás había visto y fue descubriendo más de sí, atrás fueron quedando los vestidos de colores oscuros y de corte recto, su peinado ya no conservaba la misma rigidez de años atrás, parecía más joven y la sonrisa en su rostro se había vuelto cotidiana y hermosa.

Algunos días salían a pasear y regresaban con telas y flores, todo lo que ayudara a mantener la alegría del lugar, por supuesto nunca cambiaron el viejo radio, ni compraron nunca un televisor, Victoria estaba convencida que el éxito de sus dibujos estaba en lo que ella creía del fútbol, toda la magia de sus obras brotaba de la imaginación porque jamás había estado en un estadio.

VII

Cuando Victoria cumplió setenta años, su nombre y su trabajo habían adquirido fama y reconocimiento y en su honor el gobierno de la ciudad organizó un homenaje para ella en la el salón de la ciudad, a la que estaban invitados personajes de la pintura del deporte, de la política y sus amistades.

Al homenaje asistió acompañada de Juanita, las dos mujeres estaban sentadas en la mesa principal atentas a las palabras de quienes esa noche homenajeaban a Victoria.

–A nombre del Gobierno Nacional y de todos los conciudadanos, reciba estimada señora este reconocimiento a su arte –dijo el maestro de ceremonias, mientras los asistentes se ponían de pie para aplaudirla.

Victoria lo aceptó en silencio y con una gran sonrisa.

En la placa dorada se podía leer

“La ciudad se enorgullece al rendir un homenaje para La Dama y el Fútbol”.

 

FIN