LAS GOLOSINAS DE NUESTRA INFANCIA EN LA PROVINCIA DEL CARCHI

LAS GOLOSINAS DE NUESTRA INFANCIA EN LA PROVINCIA DEL CARCHI

Era la hora del postre en la cena familiar que había reunido a casi toda la familia, sobre todo a los familiares de origen carchense; los anfitriones, que hacían ostentación de su progreso económico, social y de mundo, ofrecieron para cerrar la cena un “mousse de chocolat” en ”miel de azahar”, con “semillas de sésamo”, “helado de mándorla” y “Tarte à la crème”….

 Uno de los invitados soltó una “palabra de grueso calibre” y dijo a continuación:

En mi tiempo con unas golosinas del mercado era suficiente y se quedaba bien.

La cena que se había llevado en términos formales se convirtió en una animada algarabía, cuyo tema fue el recuerdo de las golosinas de nuestra infancia.

Parecía que en la mitad del siglo XX, en la Provincia del Carchi con dos reales, todos los niños podíamos alcanzar la felicidad, una moneda de veinte centavos de sucre permitía ir a cualquier tienda, llenar nuestra vida de alegría y de placer.

 

Los delicados

  • Señooora a vendeeer…
  • Que quieres niño.
  • Deme dos reales de delicados.

La señora gustosa nos daba ocho riquísimos delicados, pequeños bizcochitos redondos, de harina de maíz y panela, de consistencia dura, que nos los entregaba en las manos y nosotros los poníamos en los bolsillos, para irlos tomando de uno en uno y una vez estaban en la boca, estos se desleían de forma deliciosa.

 

Las haaaabas, el maní

Apenas oíamos el anuncio de la señora que anunciaba siempre con el mismo tono y ritmo “las haaaabas el maní…, llevábamos a toda prisa a nuestra madre a la calle, para comprar un cucurucho de habas y de maní de dulce.

Una vez en nuestras manos, lo habríamos de prisa y saboreábamos estas agradables golosinas, hasta vaciar del fondo del cucurucho, los restos del delicioso manjar.

 

Gomas, cañas, dulces

No podíamos entrar al “Teatro Lemarie”, sin comprar las gomas de diferentes sabores, en especial las de chocolate y las cañas, riquísimos dulces envueltos en papel celofán, transparente, ahí la entrada al cine era completa.

 

Los pasteles de Doña Digna

Ir al negocio de pasteles de Doña Diga, al frente de la Radio “Ondas Carchenses, en la Calle Olmedo, era una placentera obligación, ella tenía un pequeño negocio en el corredor de la vieja casa, son una vitrina y las latas con los pequeños pastelillos de sabores únicos, riquísimos, inolvidables, rojos, verdes y mis preferidos, los de chocolate,

Tengo en mis recuerdos el sabor de esos pastelillos, recordó uno de los invitados.

 

Los rosquetes

Había que servírselos con cuidado, porque el azúcar impalpable que los cubría, podía manchar la ropa, por ello, para comerlos había que contorsionarse y poderlos degustar, salvo los niños que los chupaban, hasta dejarlos “viringos” y morderlos, para chuparse los dedos...

 

 

La espumilla

Señora, deme dos reales de espumilla.

Entonces la mujer que vendía la espumilla con grajeas de colores, colocaba con una cuchara una porción de espumilla, sobre un pedazo de papel de empaque, los niños la recibíamos y la degustábamos a lengüetazos, hasta el papel, sin recelo, hasta dejarlo limpio…

 

Las gelatinas blancas

En el “mercado de abajo”, junto a la puerta de salida a la Calle “Bolívar”, se podía encontrar las gelatinas blancas, en forma de pequeños cilindros gelatinosos espolvoreados con harina, que decía eran hechos de la pata de res; deliciosas, cuatro por dos reales, suficientes para ir a la escuela, plenos de alegría.

 

Las melcochas

Esas eran melcochas, dijo uno de los asistentes, recortadas en forma de un cuadrado irregular que se las podía sostener en la mano porque tenía un palito de madera de “pichilango”, una especie de bejuco, delgado, duro y brillante, que se traía del páramo, para poner en las melcochas, mientras se las llevaba por entero a la boca, costaban a real y con dos reales era más que suficiente para ir a la escuela y alcanzaba hasta para el recreo.

 

Las melcochas de azúcar de las Betlemitas

En la tienda de las betlemitas, junto a la capilla del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, las monjitas vendían las melcochas de azúcar, blancas con rojo o verde, un delicioso manjar, hecho sobre todo para el gusto de las niñas que iban a la escuela.

 

El dulce de leche

Eran pequeños trozos de dulce de leche, que se vendían en las tiendas, dos por real y cuatro por dos reales. Se los ponía en el bolsillo y se los podía ir pellizcando mientras se caminaba por las calles del pueblo.

 

El pan de maíz y el pan de mote

Eran unos verdaderos manjares que se los debían servir cuando estaban frescos y calientes. Nuestros padres, se levantaban apenas aclaraba el día para comprarlos apenas lleguen a la tienda, entonces el café de la mañana era perfecto, inolvidable.

 

La chicha huevona

La verdad es que no sabría decir de que estaba hecha, solo sé que el señor que la vendía, empujaba un pequeño coche con una especie de cilindro con llave de donde salía una bebida blanca, espesa, un tanto fermentada, riquísima.

 

Las pastas del café Tulcán

Los niños no podíamos ir a dormir sin que primero nuestros padres nos lleven al Café Tulcán, para elegir y disfrutar de una deliciosa pasta, entre una gama amplia de ofertas. Los aplanchados, las milhojas, las cecilias, los churos, entre tantas y tantas opciones, hacían las delicias de los más pequeños de la casa.

 

Los alfeñiques de Maldonado

Llegaban al mercado envueltos en muchísimas hojas de plátano; a mí los que más me agradaban era los que estaban empanizados, entonces con la mano se rompía un pedazo y al llevarlo a la boca se deshacía y dejaba el sabor dulce una sensación maravillosa.

 

Los envueltos de plátano y de yuca

Junto con los alfeñiques llegaban los envueltos, que en el decir popular se los conocía como los “pichingos de indio”, de plátano y de yuca, propios de la cultura del noroccidente de la Provincia del Carchi; un manjar diferente y delicioso,  

 

La miel de Mayasquer con quesillo de Tufiño

Solo de recordarlo se nos hacía agua la boca, la miel de caña y el quesillo, era la manera perfecta para finalizar un día en los baños calientes de Tufiño.

 

Los cumbalazos

Eran los raspados de hielo traído del Cerro Cumbal, al que se le agregaba jugo dulce de limón, piña o tamarindo. Era servido por las señoras que parecía estaban allí en el mercado desde siempre.

Doña Leonor servía el raspado de hielo en un plato de hierro enlosado y el jugo en un vaso de cristal. Decían que el "caldo de vidrio" curaba el cuchaqui y que se debía beber lo más rápido posible aunque se te “peguen los platinos”. Siempre nos daban la yapa, eran deliciosos, eran la marca de nuestra identidad.

Podíamos seguir recordando tantos y tantos manjares y golosinas de nuestro pueblo y la infancia, pero habían pasado un par de horas y cuando salimos del lugar de reunión, la conversación alrededor de nuestros recuerdos dejaba en cada uno una gran satisfacción por lo que fue nuestra niñez en la Provincia del Carchi.

 

Jorge Mora Varela