26 DE MAYO DE 1971, escrito por el Dr. Wilfrido Lucero Bolaños

El portal Tulcán Online se complace en compartir un aporte del Dr. Wilfrido Lucero Bolaños en relación con la gesta del 26 de mayo de 1971, el mismo que abona en definir con claridad, transparencia y multiplicidad de puntos de vista este hecho histórico, icónico para el pueblo carchense.

Hemos recopilado una serie de aportes, entre otros, el contexto económico-político del gobierno del presidente Velasco Ibarra en el artículo ¡Con el Carchi no se juega!.

Los testimonios de algunos de los actores civiles en: Documental 26 de mayo de 1971.

Y hoy nos complace presentar el aporte del Dr. Wilfrido Lucero Bolaños, quien fungía como Prefecto de la Provincia del Carchi, el:

 26 DE MAYO DE 1971, descrito por el Dr. Wilfrido Lucero Bolaños

INTRODUCCIÓN.-

Hace aproximadamente un año, el periodista Patricio Cabezas, que dirige el programa radial “Carchi Noticias”, me pidió que escribiera sobre la gesta del “26 de mayo de 1971”, porque sobre ella existían varias versiones que confundían a los ciudadanos, sobre todo a aquellos que en ese tiempo eran de muy corta edad y que necesitaban conocer la verdad sobre estos acontecimientos, que llenaron de coraje, dignidad y gloria a Tulcán y toda la provincia del Carchi.

Considero que es absolutamente indispensable señalar, con énfasis, que nadie, absolutamente nadie, como persona o como grupo, puede tener la pretensión de adueñarse de la gesta del “26 de mayo”, porque al único que le pertenece ese protagonismo es al pueblo de Tulcán y del Carchi, a todos sus hombres y mujeres, sin distingos de ninguna naturaleza, que dieron una ejemplar lección al Ecuador entero, de entrega, valor y dignidad para defender sus libertades y derechos.

Consecuente con lo expresado, he de señalar también que si a lo largo de este relato he de aparecer en primera persona, es solamente por el hecho de que me tocó intervenir, o ser testigo directo, de algunos episodios por tener, a la sazón, la función de Prefecto Provincial del Carchi.

De igual manera, citaré algunos nombres de ciudadanos, cuando sea indispensable hacerlo, para explicar o concatenar los hechos que se dieron en esa gesta.

 

EL IMPUESTO FRONTERIZO

Origen del problema: El doctor José María Velasco Ibarra, que de Presidente Constitucional decidió convertirse en dictador, expidió, sorpresivamente, un Decreto Ejecutivo creando un impuesto, que debía ser pagado por todos los ciudadanos que salieran a Colombia por la frontera de Rumichaca. Los fondos a recaudarse por este impuesto ni siquiera estaban destinados al desarrollo de la provincia del Carchi, sino a fortalecer a la Dirección Nacional de Turismo.

En reciprocidad, las autoridades colombianas amenazaron con crear otro impuesto similar, para el retorno por Rumichaca de los ciudadanos ecuatorianos.

Era entonces indiscutible que el impuesto creado por el gobierno ecuatoriano perjudicaba principalmente la economía – casi siempre difícil – de los habitantes de Tulcán y del Carchi.

Por otra parte, el impuesto era totalmente contradictorio e incoherente con los planes de integración fronteriza colombo – ecuatoriana, que para entonces se encontraban ya bastante avanzados, especialmente los acordados para el libre y gratuito tránsito de personas y de vehículos por la frontera.

Esto explica la adhesión espontánea y masiva del pueblo a la protesta que se vino luego.

 

ASAMBLEA EN EL SINDICATO DE CHOFERES ECUADOR DEL CARCHI

Por iniciativa del Sindicato de Choferes, cuyo Secretario General era Miguel Delgado Fierro, se había convocado a la ciudadanía a una asamblea general para analizar este problema. Retorné inmediatamente de Quito, en donde me encontraba en esa fecha, para incorporarme a la asamblea.

En medio de la protesta unánime por el inconsulto impuesto, se resolvió llevar a cabo una paralización total de actividades hasta que se derogue la medida.

En las primeras horas del día siguiente y, con el objeto de salvaguardar la paz y la tranquilidad de la ciudadanía, por los acontecimientos que podrían sobrevenir, hablé en dos ocasiones con el Ministro de Gobierno, que era el abogado Jaime Nebot Velasco y convenimos en reunirnos, al término de la distancia, en la ciudad de Ibarra para buscar alguna fórmula encaminada a superar el conflicto.

Varios dirigentes de la protesta, entre ellos los hermanos Obando, fueron insistentes en pedirme que no viaje a esa reunión porque, con seguridad –según ellos-, iba a ser objeto de engaño por parte del gobierno.

Siempre he reconocido que, en este caso, me equivoqué y cometí un error al no aceptar la sugerencia y confiarme demasiado en la palabra gubernamental, puesto que, a la postre, ellos tuvieron la razón, como lo demostraron los acontecimientos que vinieron a continuación.

 

ORDEN DE PRISIÓN EN EL TRAYECTO

Apenas abandonamos la ciudad de Tulcán, nos enteramos de fuente segura, que el gobierno había expedido una orden de detención para todos los integrantes de la Comisión que estaba viajando a Ibarra para la reunión con el Ministro de Gobierno y con otros Ministros, tal como se había convenido.

Aparte de esta noticia, la Comisión fue informada también que el Presidente de la República, el Ministro de Gobierno y otros funcionarios gubernamentales habían salido, precisamente de Ibarra, y que se dirigían a la ciudad de San Gabriel.

Todo esto confirmaba que habíamos sido engañados, creando al mismo tiempo confusión y desconcierto en los miembros de la Comisión.

Desde Huaca y, utilizando la línea de un desesperante teléfono público de manivela, logramos que un funcionario municipal nos confirmara que el Presidente Velasco Ibarra, el Ministro de Gobierno y una numerosa comitiva estaban a punto de llegar a San Gabriel, procedentes de Ibarra.

Ante tantas noticias inusitadas como desconcertantes, resolvimos acelerar la marcha con la esperanza de llegar primeros a San Gabriel, como por fortuna así ocurrió, para encarar directamente los acontecimientos.

 

DUROS ENFRENTAMIENTOS EN SAN GABRIEL

A los pocos minutos de que entramos al Salón del Concejo, ingresaba también el Presidente Velasco Ibarra, el Ministro de Gobierno y una amplia comitiva gubernamental. El Presidente del Concejo Jorge de la Bastida les invitó a que ocuparán los sitios asignados a cada uno de ellos. Cuando se dirigió a mí, que me hallaba un poco distante, me dijo a viva voz: “Señor Prefecto, venga aquí su puesto”.

Fue entonces cuando Velasco Ibarra reaccionó en forma furibunda y dirigiéndose a mi gritó: “Prefecto de dónde?”. Contesté también a todo pulmón: “Prefecto de la libérrima provincia del Carchi”, pues no era difícil deducir el significado de la violenta pregunta gubernamental.

Velasco, al más puro estilo dictatorial, volvió a replicar gritando: Aquí no hay ningún Prefecto; hay solamente Presidente de la República, Ministro de Gobierno y nadie más”. Volví a contestar al Presidente: “Usted será dictador hasta los límites del Chota. Aquí usted no manda porque ésta es la provincia libre y rebelde del Carchi, que rechaza a todos los dictadores”.

El Presidente ordenó entonces al Ministro de Gobierno que “confine a estos sediciosos en Montalvo, en el Oriente…”

En ese momento, el Alcalde del Tulcán Ignacio Zambrano reclamó: “No somos sediciosos. Le hemos enviado un telegrama firme sí, pero respetuoso, protestando por el impuesto con el que castiga a nuestro pueblo”. Velasco respondió: “Entonces hay que cancelar al telegrafista”.

Como los micrófonos instalados en el Salón habían estado abiertos, las personas que se encontraban en la plaza pública, se enteraron desde el comienzo, del violento y horroroso encuentro de autoridades que se desarrollaba adentro, y por eso coparon enseguida el Salón, gritando con indignación su total rechazo al Presidente.

Expresiones como loco, imbécil, idiota, dictador, de aquí no sales vivo” eran las más benignas que salían de la multitud.

Velasco respondía: “Me dicen loco porque construyo la carretera Tulcán – Tufiño – Maldonado”.

“Métete la tal carretera por …..” contestó la multitud. Completen ustedes, amigos lectores y oyentes, la frase que queda en suspenso, porque yo ya no me acuerdo por dónde era…

Si he tenido que mencionar estas expresiones y he advertido de otras de mayor calibre que no se puede publicar, es solamente para que se entienda el nivel de violencia al que se había llegado en semejante encuentro.

Mientras tanto y, para completar el panorama, arreciaban los disparos con armas de fuego y los apedreamientos desde la Plaza principal, de tal modo que estaba en serio e inminente peligro la vida de quienes estábamos en el Salón, sin excepción alguna.

Decir que el recinto se había convertido en un verdadero pandemónium es poco. Todo mundo quería correr y protegerse en alguna parte, pero no había como hacerlo porque el local estaba excesivamente lleno.

Mientras tanto, Velasco gritaba sus últimas órdenes: “Vamos a Tulcán a poner orden a los sediciosos que quedan allá”, decía.

Pero llegó el momento en que toda la fuerza pública rodeó materialmente al Presidente y lo llevó a una esquina del escenario para protegerlo. Entonces, aprovechamos nosotros esos instantes para salir de ese infierno y tomar la delantera para llegar, lo antes posible, a Tulcán e informar en una gran concentración ciudadana que tuvo lugar en la Plaza de la Independencia, lo que había sucedido en la capital de Montúfar.

No había tiempo que perder y, en breves minutos, los ciudadanos recibieron, con gran estupor e indignación, una escueta información de los hechos que se habían suscitado.

Inmediatamente, se produjo un desfile en rechazo al gobierno dictatorial y como inicio de la defensa firme de la ciudad. Al pasar por el “Edificio Portuario”, un grupo de ex empleados de la extinguida Oficina de los Estancos, penetró allí y sacó las armas que aún quedaban en ella, para que sirvan en la defensa de la ciudad.

 

HERÓICA RESISTENCIA DE TULCÁN

No hizo falta acudir a planes y a estrategias complicadas. No había tiempo para ello. Fue la decisión e iniciativa de cada cual la que ubicó a hombres y mujeres en sus respectivas trincheras de lucha. Se apostaron en los balcones y terrazas de edificios públicos y privados y en las principales bocacalles, en donde se colocaron barreras de sacos de arena, cemento y piedras. Con inusitada celeridad se intercambiaban cientos de armas cortas y miles de proyectiles de todo calibre. Era algo realmente sorprendente e inusitado porque no existió con anterioridad ninguna planificación diseñada para el efecto.

Velasco Ibarra, respaldado por la fuerza pública intentó ingresar a la ciudad, pero no pudo. Las fuerzas de la resistencia ciudadana se lo impidieron en todo momento. Tuvo que salir por los extramuros para llegar al aeropuerto desesperadamente y viajar a Quito en una aeronave que lo esperaba. Hasta el aeropuerto lo persiguió un numeroso grupo, compuesto fundamentalmente por mujeres. Con este antecedente, llegó a ese mismo aeropuerto un grupo de paracaidistas, pero la reacción ciudadana era tal que muchos de ellos fueron despojados de sus paracaídas.

Mientras tanto, la fuerza pública persistía en su intento de tomarse y controlar la ciudad, pero no podía hacerlo porque era recibida con decenas de disparos de armas de fuego de todo calibre que salían de los lugares más increíbles de la urbe. Los combates se producían cada vez con más intensidad y frecuencia.

Un carpintero conocido con el apelativo de “Maestro Soleras” nos daba la queja que Jaime Pozo, una de las glorias del ciclismo carchense y nacional, “no le prestaba un ratito siquiera el arma para él también disparar y defender a su ciudad”.

En un sitio más seguro y estratégico como la terraza del edificio episcopal, se habían apostado los activistas Oswaldo Rosero, Galo Benavides y otros para contrarrestar los ataques oficiales, de manera permanente y efectiva.

Menciono simplemente estos dos episodios como una muestra de la decisión que existía para defender a la ciudad a toda costa.

 

LA FUERZA PÚBLICA SE TOMA LA CIUDAD

Al final de los combates sucedió lo inevitable: la fuerza pública se tomó la ciudad, fundamentalmente porque a los ciudadanos se les terminaron las municiones y era imposible reponerlas de inmediato.

Ese día me encontraba en uno de los costados de la plaza principal y frente a la balacera que se produjo allí, ingresé desesperadamente, y sin saberlo, por la primera puerta que se abrió. Era nada menos que el domicilio de los esposos Segundo Revelo y Floralba Burbano, quienes me recibieron con la proverbial amabilidad que los caracterizaba, más aún en las circunstancias que todos estábamos pasando. Allí me encontré con otros dirigentes: Bayardo Burbano, hermano de la dueña de casa; Miguel Delgado Fierro, Secretario General del Sindicato de Choferes; y, Edmundo Vizuete.

Lamentablemente, hasta ese día, se habían producido varios muertos, de lado y lado. Varios ciudadanos también habían sido apresados y trasladados inmediatamente a la capital de la República. Decenas de dirigentes de la resistencia se habían escapado hacia la ciudad de Ipiales, que se convirtió en nuestro principal refugio.

Supimos que, como era obvio, se nos buscaba por todo lado, pero nadie imaginó siquiera que nos encontrábamos en el corazón de la ciudad, en plena Plaza de la Independencia.

Como esta situación no podía prolongarse, decidimos camuflarnos al máximo y salir a las 7 de la noche, con intervalo de 1 minuto, para encontrarnos en “La Gallera”, para luego trasladarnos hacia Ipiales. El mayor riesgo era que teníamos que pasar por unas calles que estaban plagadas de policías y militares.

Enorme satisfacción fue la de haber llegado los cuatro al sitio del reencuentro convenido, sin novedad alguna, para continuar inmediatamente hacia nuestro destino.

A las 10 de la noche, aproximadamente, estábamos pasando por el río Carchi, guiados por Eliécer, el responsable de cuidar una pequeña finca que mi suegro tenía junto al río, y a quien casualmente encontramos en el camino. Como no había paso seco, él nos ordenó que nos quitáramos la ropa para pasar en “paños menores” y así atravesar el río, ya que el agua, en esa parte llegaba a la cintura.

Obedecimos la orden y nos volvimos a vestir al otro lado de la frontera.

El agua heladísima que soportamos a esa hora de la noche, era el precio menor de nuestra libertad.

Llegamos a Ipiales cerca de la medianoche, completamente exhaustos, no solo por la travesía de ese día, sino también por la tensión de los anteriores.

Una pareja de colombianos que nos identificó a la llegada, había dado inmediato aviso a los centenares de compatriotas que se hallaban refugiados en Ipiales, quienes con alegría desbordante concurrieron a llevarnos a su lugar de refugio masivo, porque hasta ese momento casi nadie sabía qué había pasado con nosotros después de los días de la protesta.

 

LAS MUJERES TOMAN LA BATUTA DE LA RESISTENCIA

En estas circunstancias, con ejemplar civismo y coraje, las mujeres, sin distingos de ninguna naturaleza, tomaron en sus manos la batuta de la resistencia. Embanderaron y pusieron crespones negros en toda la ciudad y organizaron luego el “desfile del silencio”, que en medio camino ellas mismo le quitaron el nombre porque querían gritar su rebeldía a los cuatro vientos por el dolor que había causado la dictadura velasquista. Finalmente, en una tensa reunión con el Jefe Civil y Militar que el gobierno había nombrado en esos días, exigieron la liberación de los presos y el cumplimiento de las condiciones que habían propuesto para que retorne la paz a la ciudad. El paro seguía inalterable y solo a pie se podía ir a Ipiales y viceversa.

 

MÁS PRESOS EN COLOMBIA

Apenas conocí que el compatriota Julio Acosta había sido detenido, concurrí en su ayuda, pero lamentablemente fracasé en la operación porque terminamos detenidos y encarcelados los dos.

Constatamos que nuestra detención la hicieron los agentes de seguridad colombianos, pero que el señalamiento de las personas estaba a cargo de los agentes ecuatorianos, que se encontraban allí, en una especie de operativo combinado, como lo denunciamos luego, en búsqueda de nuestra liberación.

Ya en prisión nos fue muy difícil, inicialmente, explicar nuestra situación al Jefe de la cárcel, que era un oficial de policía, que se encontraba en un compromiso social más satisfactorio que escucharnos a nosotros.

De todos modos, conseguimos unos papeles de carta y en ellos denunciamos, por escrito, lo que había sucedido con nuestra detención, combinada entre pesquisas colombianos y ecuatorianos.

Conseguimos, al fin, ser atendidos por el Jefe de la cárcel a quien entregamos las comunicaciones que habíamos redactado para las autoridades colombianas tanto nacionales como departamentales y locales. Nos dijo que las haría conocer y que él bien sabía quienes éramos nosotros y porqué estábamos detenidos.

 

DECISIVA VISITA DE PERIODISTA

Carlos Olmedo Calderón, mi distinguido amigo y periodista del diario “El Tiempo” de Bogotá, fue el último periodista que me entrevistó en Tulcán en el momento mismo en el que la fuerza pública se tomaba la ciudad.

Al conocer que se nos había detenido, concurrió a la cárcel y quiso entrevistarnos, pero no pudo hacerlo porque los guardias se lo impedían. En el zaguán de entrada solamente alcanzó a preguntarme: “Qué pasó?” Contesté: “Nos trajeron”. Y enseguida pude entregarle una copia de las comunicaciones que habíamos enviado a las autoridades colombianas.

Inmediatamente, en una cadena de radios, había difundido lo que ocurrió en nuestra detención y encarcelamiento que, en el fondo, entrañaba también una intromisión de autoridades ecuatorianas y una violación de la soberanía judicial del hermano país, consentida también por sus autoridades, todo lo cual ocasionó en sus instituciones y habitantes una profunda indignación.

El Concejo Municipal de Ipiales se había reunido de inmediato y había resuelto exigir nuestra inmediata liberación, amén de organizar al mismo tiempo una masiva protesta callejera.

 

IPIALES ESTÁ QUE ARDE

De pronto y, de manera apresurada, el Director de la cárcel llegó al pequeño patio en donde nos encontrábamos todavía y nos dijo: “Ipiales está que arde. Las autoridades nacionales y locales acaban de resolver no sólo que se les dé inmediatamente su libertad sino también protección a ustedes y al resto de ecuatorianos que se encuentren en situaciones similares. Hay protestas callejeras. Prepárense para salir”.

Así sucedió, casi de inmediato, y al salir nos recibió una gran multitud de colombianos que se solidarizaron con nosotros, ofreciéndonos generosamente sus domicilios para nuestra estadía.

 

REUNIÓN CON JEFE CIVIL Y MILITAR

A los pocos días y por gestión del Obispo de Tulcán, Luis Clemente de la Vega, quien había conseguido todas las garantías para no ser objeto de un nuevo engaño, aceptamos regresar a Tulcán para efectuar una reunión con la finalidad de encontrar una solución para que vuelva la normalidad a la ciudad y a la provincia. Huelga decir que ese encuentro, que tuvo lugar en el Cuartel Galo Molina, fue extremadamente tenso y duro. Pero al final, el representante del gobierno tuvo que aceptar las condiciones que pusimos y que fueron: liberación inmediata de los presos que se hallaban en Quito y su entrega en Rumichaca; derogatoria del decreto que creo el impuesto al paso fronterizo a Colombia de personas y vehículos; derogatoria del decreto que destituyó dictatorialmente a las autoridades provinciales y locales que habían sido libremente elegidas por el pueblo; y, renuncia a cualquier represalia gubernamental futura en contra de cualquier ciudadano por los hechos ocurridos.

 

HISTÓRICO ENCUENTRO EN RUMICHACA

Cumplidas las condiciones, fue emocionante e indescriptible el encuentro en Rumichaca de los cientos de compatriotas que nos habíamos refugiado en Colombia, los presos que retornaron de Quito y los miles de ciudadanos de Ipiales y Tulcán que volvieron a darse en ese mismo sitio un nuevo abrazo de pueblos hermanos y solidarios.

Una impresionante caravana de autos colombo – ecuatoriana que muy difícilmente se volverá a realizar, se dirigió hacia la capital carchense para copar la Plaza de la Independencia, en donde con el coraje, la altivez y la dignidad de siempre, retumbó un solo grito: “CON EL CARCHI NO SE JUEGA” !

Mi permanente homenaje a la ciudad y a la provincia en las que tuve el orgullo de nacer.

 

Dr. Wilfrido Lucero Bolaños

Quito, 22 de mayo de 2018.

 

Posdata: Sería interesantísimo contar con el testimonio y el punto de vista de los militares carchenses que tenían la misión de terminar con la revuelta popular carchense del mayo de 1971.

(Apuntes complementarios Jorge Mora Varela)