Navidad
Me gustaba la navidad cuando era una época llena de magia y fantasía, esa cuando éramos niños y corríamos junto a mi padre, mientras íbamos a la sede del Sindicato de Choferes Ecuador del Carchi a recibir los juguetes con los que alegrábamos nuestra niñez.
Pasaron los años, muchos años y ahora me gusta la navidad cuando nos reunimos con los amigos y sus familias, para compartir nuestro hogar, leer los textos bíblicos de los tiempos navideños y discutirlos alrededor de los signos de los tiempos y enfrascarnos en encontrar una vez más “el verdadero sentido de la navidad”, entre risas, manjares, golosinas, lecturas, razonamientos profundos, afectos y nostalgia.
No me guste la navidad de los nuevos tiempos, horas y horas entre filas interminables de vehículos para llegar a las ofertas de temporada y las colas interminables en las filas para pagar las increíbles gangas de las cosas que están a punto de caducar en el supermercado con la tarjeta de crédito con las que puedo empezar a pagar dentro de algunos meses y estar endeudado por una par de años por la cena entre personas a los cuales parece importarle más, mucho más el celular que las personas y que parecen haber olvidado o que rechazan de plano la capacidad y el placer de hablar entre personas reales.
No me guste la navidad, dónde la consigna parece ser digerir sin contemplaciones las calorías de todos los chocolates que no se pudieron vender en todo el año y que tenemos la obligación de consumir para vaciar las vitrinas, que deberán llenarse de inmediato, para cumplir las metas del mercado del nuevo año.
En fin, solo me gusta recordar las navidades de mi niñez y las que puedo disfrutar entre el calor, la fraternidad y el placer de encontrar una vez más a mis amigos y sus familias mientras le pido al Google Maps, encuentre una ruta para huir de la navidad de los centros comerciales, los trancones, las colas y las imposiciones de los nuevos tiempos y pedirle que me lleve adónde la navidad aún tiene la magia y fantasía, la de mi niñez.
Jorge Mora Varela