FUERA DEL REBAÑO

FUERA DEL REBAÑO

Cuando fenece el año, sacamos la cabeza fuera del agua y oteamos el horizonte, para reconocer a los sobrevivientes, para identificar, a los nuevos, a los que faltan, a los derrotados, a los heridos, a los que envejecieron, a los que se quedaron.

Porque la consigna de la vida en la selva de cemento es la de sobrevivir, con los dientes apretados, los cinco sentidos activos en su máximo nivel, una dosis de astucia y la confianza puesta en la fuerza y el coraje que cada ser humano ponga, para salir airosos una vez más al final de cada año, tomar aire, mirar y ajustar el horizonte, hacer acopio de valor y prepararse para luchar el siguiente espacio de tiempo.

 

En mi entorno, así aprendimos a entender la vida, como una disposición para luchar, para combatir, para batallar, para nadar contra corriente, para derrotar a las fuerzas que se cruzan y se oponen, a los depredadores que asechan todo el tiempo y a las alimañas carroñeras que esperan con hambre los restos de los combatientes que esta vez habrán perdido sus batallas.

Entonces, cuando hacemos una pausa cada fin de año, tomamos aire, curamos nuestras heridas, miramos con placer a los seres que amamos, cerramos los ojos por un instante y le damos una tregua a la lucha inclaudicable que cada año libramos cada uno de nosotros por sobrevivir.

Y así por un puñado de horas dejamos de bregar, para mirar al rebaño, a los otros, a los que se alinean, a los que se allanan, a los que vagan por la vida sin oponerse, a los que tienen la docta ignorancia que les da felicidad y en el momento de paso de un año a otro, se sirven 12 uvas, pasean sus maletas por el vecindario, usan prendas íntimas de colores cabalísticos para atraer la buena suerte, se meten debajo de la mesa para conseguir pareja, compran y queman monigotes y en ellos incineran también sus desdichas y sus frustraciones, hacen oraciones a sus dioses, se abrazan, inundan su entorno con el estruendo de la pirotecnia, envían al cielo sus ilusiones en globos de colores, escriben mensajes a través de su dispositivo móvil, expresan bendiciones y buenos deseos en sus redes sociales, llenan sus estómagos de manjares y licores hasta el hartazgo que raya en el desenfreno o en la ebriedad placentera y adormecedora, entonces la vida los va llevando por sus cauces habituales en medio de una vida homogénea, domesticada, anodina, plana, en blanco y negro, insípida, controlada y por esto predecible, hasta la muerte, sin oponerse, sin preocupaciones, sin conflictos.

En cambio, nosotros, cuando la furia de los fuegos artificiales se aleja y le da espacio al nuevo día, con un hálito de aire fresco y el placer de mirar a nuestros compañeros de viaje que aún permanecemos juntos, acomodamos nuestras armas, miramos a los nuestros y mientras apretamos el cuchillo entre los dientes volvemos a la frenética lucha por sobrevivir y así lo haremos cada vez que finalice y empiece un año nuevo, hasta que un día, al igual que le sucederá a algunos de los miembros del rebaño ya no podamos ver más el nuevo día.

 

Jorge Mora Varela