¡DEL CARCHI MI SEÑOR..!

¡Del Carchi mi señor..!

Por #ElAmigoFroy

 

¿Me preguntas que de dónde soy?

Acaso no has escuchado mi habladito,
mis dichos y entredichos.
Ese humor pintoresco
junto a la berraquera “carapazeana”
y mi gusto por la papa.

 

Tomo cafecito pasado,
si es con piquete, mejor
Me gusta la misquie,
las papitas con concho,
también el hornado pastuso,
cumbalazo y los jugos del Central.

Solía jugar en Los Martínez,
cruzaba Los Tres Chorros
y me perdía en Las Canoas.
Me escondía del duende,
me asustaba la llorona
y jamás cruzaba bajo la escalera.

La casa que olía a higos

La Casa que olía a higos

La casa de mis viejos, a la que llegué temeroso porque la noche la envolvía entre sombras e imaginarios que solo estaban en mi cabeza. A la que, en principio, no podía entrar por miedo al viejo Tony, un perro baboso que solo se amansaba ante la mano de mi padre. La casa que olía a papa, calabazo, habas, maíz y a tierra húmeda labrada por ese campesino que se adelantaba al sol para compartir con la vecindad.

La vieja casona estaba rodeada solo de terrenos, silencio y paz. Se podía entrar por cualquier lado, solo era cuestión de cruzar los alambrados y dar un par de saltos. Incluso, solía dar un grito para que salgan a mi encuentro y recibir la bendición de mi madre.

Era de despertares helados y de agua que mordía del frío; de exclusiva vista al Chiles y Cumbal… de la que era imposible salir con los zapatos limpios o de la que solía quedarme aguaitando, junto al callejón que daba a la Bolívar, hasta verlo salir al amigo Summy con destino a la unidad 189… cuando ese taxi ya no estaba, era casi un hecho que llegaba tarde a La Salle.

El Reloj

El reloj

Aquel hombre levanta con dificultad la puerta corrediza, el brazo derecho tiembla por el esfuerzo, lo sacude y sus dedos chocan entre sí, limpia la manga de la vieja chompa café, aplaude sus manos para sacar el polvo. Con paso lento ingresa, cuelga las llave, guarda los candados en un estante, se coloca tras la vitrina, revisa a vuelo de pájaro que cada cosa se encuentre en su lugar: la balanza, el estuche de desarmadores diminutos, el martillo, don cinceles, la brocha pequeñita , las pilas nuevas en sus empaques, los relojes que tiene por reparar, las luna rota de un Citizen, la correa de un Bulova, al costado la foto de su madre anciana, el calendario de 1983 de autos clásicos, la libreta militar, el permiso de funcionamiento otorgado por el municipio. En el cajón de la vitrina: los paños grises y rojos que sirven para dar lustre a los relojes. Unos centavos de sucre, recuerdo de que algún fuimos patria. Sobre el apoyador las fotos anuales del club de futbol barrial, desde cuando era niño hasta ahora que es parte del directorio y la foto de una mujer de espaldas parada en una colina que parece estar mirando a la ciudad, el vestido azul luce descolorido, se distingue el cabello ligeramente rizado, la foto envejecida como el dueño sigue a la espera de un nombre, de un momento, el relojero se queda pasmado mirándola, como en sus veintes, cuando alguien dejó es fotografía bajo la puerta, sin dirección, sin remitente, solo la fecha 18 de junio 1868, cree reconocer un aroma de algo ya vivido. Por años esperó encontrar una pista de aquella mujer, por años desechó las opciones de posibles novias y esposas. Luego de los cuarenta creyó que era una locura sin embargo guardó el lado derecho de su cama para un gran amor que latía en su recuerdo, la esperanza se escondía en lo agudo de su alma, en donde ni él podía recordarla.

¿Fumas marihuana?

¿????? ??????????

Por #ElAmigoFroy 

Su rostro evidenciaba todos los males que un hombre pueda tener. Apegado contra la pared, trababa de dar unos cuantos pasos mientras que su cabeza se caía y su mirada perdida buscaba algo entre la nada.

Sus manos y su piel en general, prietas, calcinadas. Respiraba con fatiga y algo pronunciaba, aunque sus ideas estaban fuera de contexto. En cuanto giré la esquina de la Olmedo y Ayacucho, lo visibilicé inmediatamente, pues a través de sus gestos imploraba, suplicaba, pedía, susurraba… se mostraba muy agotado.

No dudé en cambiar de mano a mi pequeño con el afán de generar una especie escudo. Parecía un muchacho, aunque por su estado aparentaba ser mayor de unos 35 a 40 años; mostraba un rostro de los nuestros: chapudo, con tonito pastuso y algunos detalles propios de los de acá. Estaba a la altura del estudio fotográfico Chacón cuando cruzamos caminos.

UN DÍA CUALQUIERA

Un día cualquiera

Son las tres y cuarenta de la mañana, el frío del páramo entra despacio por debajo de la vieja puerta de madera que ha estado ahí desde hace cincuenta y tres años.

A Leydi se le pone la piel de gallina por el frío, pero se levanta como de costumbre, se coloca automáticamente el saco de lana de oveja y el pantalón térmico comprado en la feria de la ciudad. Toma la chalina morada con rayas grises y se la amarra a la altura del vientre en forma de faja o cinturón para sentirse segura. Camina en puntillas hasta encontrar las botas negras de caucho, las siete vidas, como suelen llamarle en el campo, se coloca las medias de lana que están metidas ahí y las botas. En el pilar de madera están colgados la gorra tejida por su madre y el poncho grueso que le servirá de capa.

Ya en la cocina se encuentra con Dolores que está encendiendo la leña en el fogón, ese que nunca se termina de apagar, pone una gran olla de agua, para que se hierva despacio hasta que ellas vuelvan de sacar la leche a las vacas. Mientras tanto, Julia  se han levantado también, siguiendo el mismo ritual marcado desde años atrás, por las madres, abuelas y bisabuelas.