RUPERTO Y SU TORTUGA

RUPERTO Y SU TORTUGA

Había una vez un niño que se llamaba Ruperto, él tenía una tortuga de mascota de nombre Roko que vivía en un estanque, cerca de allí había algunos niños jugando, y entonces Ruperto fue a visitar a su amigo Roko, los niños que estaban jugando, y uno de ellos en un instante boto la basura en el estanque y entonces Ruperto lo vio, y le dijo amablemente, por favor puedes dejar de botar la basura y que le ayuden a limpiar. Los niños lo pensaron y le respondieron que sí y entonces fue a ver como estaba Roko.

El caminante

El caminante

 

El Toño empuja su carro reciclador que fue armado con fierros viejos encontrados en la basura. Desde muy temprano sale de la pieza que comparte junto a una veintena de paisanos, en una casa cerca del río Tajamar. Desde el filo de esa casa sembrada en la ladera de la ciudad, el Toño recuerda cuando soñaba con ser arquitecto y construir edificios ecológicos ¡sí! un día creyó en el futuro, pensó que podría ser profesional, tener una vida mejor; incluso cuando la cosa se puso fea y salió de su tierra, lo hizo con una maleta cargada de proyectos, que poco a poco se fueron gastando. Ahí donde se lo ve, él se graduó del bachillerato con excelentes notas, le encanta dibujar y lee todo lo que encuentra a su paso; pero la vida es así, ahora, se lo mira, caminando por todas las calles de esta fría ciudad, rebuscando en la basura, tesoros escondidos, ya que no solo recicla papel, plástico y lo que pueda vender, también le da uso a todo aquello que su creatividad le permite, porqué para recursivo es número uno, y así, llegó a armar una especie de cama con toda esa madera que consiguió en los contenedores, y con esas ropas viejas formó un colchón, en el que todas las noches luego de esa larga jordana, tipo once, se recuesta junto a su hermano.

Las otras

Las otras

Angélica da gracias al Cielo por haber nacido en este lado del mundo. La mujer de cuarenta y tres años, sube el volumen a la radio, para seguir escuchando la noticia de las jóvenes afganas, mientras continúa cocinando el almuerzo. Ni siquiera sabe dónde queda ese país, pero siente alivio de estar tan lejos.

¡Ingenua Angélica! que se cree tan afortunada por las migajas de libertad que aquí tiene, se le ha olvidado que un día tuvo sueños y que terminaron al casarse con el enamorado de la secundaria, un muchacho de esos que se creen dueños de la mujer solo por el hecho de haberse acostado con ella. Tuvo que unirse al “machito en construcción” bajo las amenazas del joven, de que si lo dejaba se tomaría veneno o les contaría a todos lo “mujer fácil” que es. Entonces para no cargar con la culpa ni la vergüenza, apenas cumplió los dieciocho dio el sí, bajo la única indicación y sentencia de que “la mujer hace el hogar”. Palabra dada por su madre, la típica señora que se acostumbró a cargar cuernos, desplantes y maltratos, en nombre de las apariencias. Para quien los hombres derechos debido a sus necesidades, pero a las mujeres ni un mal pensamiento se les debe permitir. Una persona llena de amargura y miedo.

JUANITO EN EL PÁRAMO

JUANITO EN EL PÁRAMO

Un día Juanito un niño de la ciudad, decidió visitar a su abuelita Matilde que vivía muy cerca del páramo de El Ángel.

Llego donde su abuelita quien le conto que el páramo; era un colchón de agua, y una reserva para la humanidad, entonces Juanito pensaba, y no entendía cómo puede haber un colchón lleno de agua allá tan arriba de la montaña, y dijo:

- Me fugare para conocer ese colchón

Ella baila sola

Ella baila sola

Matilde se despierta a las siete de la mañana, apenas abre los ojos y alcanza a prender la televisión, luego de dar las vueltas en la cama se levanta, abre la vieja puerta de madera que cruje un poco, el aire helado del patio entra a la habitación, camina lento apoyándose en las bancas del corredor hasta llegar al inodoro, luego sale a la lavandería para peinar sus largas trenzas, una a cada lado y después cruzarlas en algo parecido a un moño, que ,claro, no es perfecto porque la artritis de los dedos no le permite hacer los movimientos como antes. Reniega con la peinilla, con la jarra de agua y los pasadores y claro con José, que desde hace meses no esta ahí para ayudarla a sostener ese pelo gris y lograr que el peinado quede mejor.

Por ahí entre lamento y reclamo deja caer una lágrima, pero: ya ni llorar es bueno, dice y se encamina hacia la cocina, la puerta esta dura y tiene que empujar con toda la fuerza que sus ochenta años le permiten, pone una olla con agua en la estufa para hacer té de cedrón, busca los huevos y coloca dos para que se cocinen, como los últimos cuarenta años, aunque el José ya no está, ella sigue cocinando para dos. Ha intentado hacer menos comida, pero no puede, es que la costumbre es poderosa.