La música chilena de la juventud en la Ciudad de Tulcán
Video, en: https://fb.watch/rhfpw2R0IX/, desde el min 32.
Para empezar esta tarde, permítanme tomar un verso del poema Cantares de Antonio Machado y popularizado por Serrat y adaptarlo al tema de hoy dice:
Y al volver la vista atrás, se ve la senda, que nunca volveremos a pisar, pero que tuvimos la fortuna de andar, las de los 60, la de los 70 y hasta una parte de los 80 del siglo XX. O como lo diría el argentino Facundo Cabral, vengo de esas décadas brillantes y heroicas que cambiaron al mundo.
De la época de la Teología de la Liberación, esa fase brillante del Vaticano II para Hispanoamérica, que permitió visibilizar la pobreza y ponerle rostro humano al otro, al postergado, al diferente, entonces la otredad se hizo vida.
Algo de historia
Lo he contado alguna vez que la muerte de mi padre cuando yo, el mayor de cinco niños tenía ocho años, debí asumir la vida con carácter y decisión como lo mandaba el carácter de la gente del Carchi.
Mi madre con su inmensa sabiduría sabía que la educación y la vida en grupo eran las herramientas clave para superar las dificultades que ponía la ausencia temprana de nuestro progenitor.
Entonces la llegada a la Dolorosa era parte del sendero por dónde había que transitar con los amigos , una manera de mirar a Dios y a la vida, como nunca lo había visto y con sonidos musicales que no solo tenían ritmo, sobre todo hablaban de una manera de entender la vida, de mirar al otro, de mirar al pueblo, a los pueblos a mi país, a los otros países, entonces el concepto de hermandad se hizo vívido, palpable, tangible y deseable.