CUANDO LA LITERATURA Y LAS ARTES PUEDEN SER LA LLAVE DEL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS

CUANDO LA LITERATURA Y LAS ARTES PUEDEN SER LA LLAVE DEL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS

Uno de los efectos más agradables y que rayan en el halago es cuando un amigo, luego de escuchar o leer un texto de un libro, manifiesta el deseo conocer el lugar desde dónde emanan las historias.

Esa fue la reacción de mis amigos italianos, Gaetano y su esposa Simona, ellos tienen el interés para visitar a mi pueblo, la Ciudad de Tulcán, por el hecho de haber escuchado un par de historias que enriquecen en este caso el libro “Travesía en otro Tiempo”.

Cuando mi hija Daniela viajó a París, como su guía imprescindible para conocer la emblemática capital francesa llevó el libro “Rayuela” de Julio Cortázar. Esta joya de la literatura llenó el imaginario de mi muchacha y en su viaje fue tras las huellas de sus protagonistas, el intelectual argentino Horacio Oliveira, la Maga (Lucía), mujer uruguaya, madre del pequeño Rocamadour.

Libro TRAVESÍA EN OTRO TIEMPO

TRAVESÍA EN OTRO TIEMPO

Porque: “Somos lo que creemos y contamos de nosotros mismos.”

Con el auspicio de la Casa de la Cultura “Benjamín Carrión, Núcleo del Carchi.

Colección: PUMAMAQUE N° 9

Un aporte a la cultura de Jorge Mora Varela

Narración de Mirta Santacruz Delgado

Discurso de presentación de la obra

 

Con la presencia de Ramiro Almeida, presidente de la Casa de la Cultura Núcleo del Carchi y Luis Enrique Fierro, Premio Eugenio Espejo 2005.

Este momento es para mi familia y para mí, un motivo de alegría y satisfacción, en tiempos marcados por el surrealismo que genera la pandemia, poder por este medio presentar el libro “Travesía en Otro Tiempo”.

Anéctodas y memorias - Clarita Ayala

Anéctodas y memorias - Clarita Ayala 

Mi nombre es Clara Elisa Ayala Solarte, estoy ya en 87 años, mi nacimiento por la razón de atenderle a mi mami fue en Tulcán, pero mi niñez hasta la edad de siete años fue aquí con mis padres. Estuve en una escuelita que había abajo en Rumichaca que se llamaba “Fernando Pallares” y la primera profesora que la recuerdo bien, como en la niñez se ha sabido grabar todo, se llamaba Orlestina Pérez, una señorita muy buena, éramos como unos 15 o tal vez 20 niños que asistíamos entre hombres y mujercitas. Mi papá se llamaba José Ayala Bolaños y mi mamacita Rosario Solarte.

Esta historia era en 1940

La casita era solamente esta parte (Tres piezas en línea) y aquí al frente había una chocita de paja que me imagino antes habían vivido otras personas, era con hornillita de leña había unas lámparas de querosén para alumbrar las noches.

La luz eléctrica la puso mi papá cuando yo era señorita, él trajo el agua y la luz porque era bastante activo como dirigente del barrio. Trabajó primero para el agua y después la luz, cuando vino el agua yo estaba en el colegio y la luz cuando ya era casada. Anteriormente el agua que tomábamos era del río Carchi allá tocaba ir a traer con unos caballitos y unos barriles, nuestra finca era hasta allá.

Había un pozo y otras vertientes que las acomodaban para tomar agua era muy saludable para utilizar en la comida ya hervida. Para lavar la ropa de igual forma se iba al río y a bañarse todo era al río, recuerdo que mi papá bajaba con su ganado a darles agua, el agua era limpia porque aún no botaban basura en la Peña Blanca, después cuando estaba en el colegio habían comenzado a botar basura allá.

EL DRAMA DEL LUCHITO Y EL FRACASO DE LA POLÍTICA SOCIAL

EL DRAMA DEL LUCHITO Y EL FRACASO DE LA POLÍTICA SOCIAL

Pocas veces el drama humano de un hombre como “Luchito”, ha calado tan profundo en la conciencia de los tulcaneños.

En este ser humano nacido en la Ciudad de Tulcán se evidencia un obscuro pasado, de violencia y de abandono que algunos quisieron ocultar y olvidar. En parte lo lograron, pero en nuestras calles quedó un niño, un joven, un hombre, que haciendo acopio de las fortalezas y las limitaciones de su propio ser y las de su raigambre, se fue convirtiendo en un personaje querido, popular, ícono del ser tulcaneño.

 

En la vida de Luchito, es rescatable y ejemplar la generosidad del grupo de mujeres, las monjitas y del personal del antiguo Hospital Luis G. Dávila que le prodigaron sus primeros auxilios, su comida y su vivienda. Aplausos a estas personas anónimas.